La Plaza del Dos de Mayo es uno de los sitios que representa la negra historia de España. Aquí tuvieron lugar los trágicos sucesos de la guerra de la Independencia, aquí luchó el pueblo de Madrid contra los invasores franceses.
Al vivir en este barrio desde muy pequeño, me da cierto atrevimiento a escribir sobre este barrio tal y como lo he vivido yo. Tenía dos opciones, una escribir sobre su historia bélica y la otra, sobre como he vivido yo la transformación del barrio en los últimos 40 años. Como de los acontecimientos de 1808 hay cientos de sitios muy completos en donde se puede leer toda la información, he optado por hablar de este barrio bajo mi punto de vista, dejando al margen los sucesos bélicos, aunque no podré evitar remontarme a ellos en varias ocasiones.
Como he comentado, yo he vivido aquí toda mi vida, y conozco bien su evolución. Aún recuerdo cuando era pequeño y todos los días iba al colegio que está ubicado en la misma plaza. En aquél entonces se llamaba Colegio General Sanjurjo, aquél militar que secundó el golpe de Estado de Primo de Rivera y que más tarde sería reconocido por Franco como un ejemplo a seguir por su sublevación contra la izquierda. Allí asistía todos los días a clase, incluso cuando hacía novillos, me quedaba en la mismísima plaza jugando, era algo adictivo estar en el Dos de Mayo.
El barrio se vestía de gala cuando llegaba Mayo y celebraba las fiestas en la plaza. Recuerdo que engalanaban la plaza de una forma peculiar. En la verja que rodea el
monumento a Daoíz y Velarde, ponían fusiles con bayonetas caladas, cruzadas con lanzas y banderas de España. En las bajadas al centro de la plaza, donde había unas escaleras con el borde en forma de tobogán de granito, decoraban con obuses y granadas. Había coronas por todas partes y sendos cañones tipo 88 mm., varias veces los militares me llamaron la atención por sentarme encima de ellos. Esas piezas de artillería tenían dos grandes ruedas y un larguísimo cañón. Había militares por toda la plaza mientras duraban las fiestas, eran quienes velaban por todo el armamento militar que se desplegaba para su decoración.
Por la mañana habían montado un altar donde se oficiaba una misa. Después venía uno de los platos fuertes, como niño que era, disfrutaba del desfile militar que se hacía alrededor de la plaza. Durante el resto del día, había concursos, juegos y toda clase de diversiones para los vecinos y al caer la noche, la gente comía en los puestos y tenderetes que se montaban alrededor de una verbena con su baile. Cuando pasaban los días de las fiestas, se recogía todo y la plaza volvía a tener el aspecto de siempre, con varias coronas que se iban marchitándo con el pasar de los días. Mientras la vida continuaba en la plaza, allí jugábamos al peón, a las canicas, al rescate, al clavo, y lo mejor de todo, junto a la verja del monumento. Allí se agarraba el que encabezaba el churro mediamanga mangaentera, donde una fila de hasta diez personas con la cabeza entre las piernas del otro, formaba una larga fila humana que uno tenía que saltar, destrozando los riñones del que tenía la mala suerte de estar debajo en el momento de caer, pero no pasaba nada, nunca vi a nadie que tuviera que ir al hospital por producirse un accidente. Al contrario, cada día seguíamos con juegos más bestias, incluso había peleas contra los de Barceló o los de Comendadoras. Que tiempos aquellos de la niñez...
Durante todo ese tiempo, era el barrio del Dos de Mayo, y todos éramos del Dos de Mayo, ya que aunque todos sabíamos que algunos mayores decían el barrio de Maravillas, a nosotros nos sonaba a la iglesia y nos gustaba más el otro nombre. Pero el tiempo avanzaba y con él llegaron los cambios. Teníamos un nuevo alcalde que era profesor, los jóvenes nos echábamos a la calle sin miedo a la represión, los bares y pubs proliferaron, las terrazas inundaron las calles y parques, un nuevo estilo de música nacía, y la hora de llegar a casa, se convirtió en la hora en que se salía. Había nacido la movida madrileña.
El Dos de Mayo fue escenario de primer orden en esta movida, momento en que empezaron a existir bares y pubs en el barrio que eran conocidos en Madrid entero, sitios de cita obligada para cualquier joven que se preciase. Y llegaron las fiestas de nuevo al barrio, pero con una pequeña diferencia...
Ya nadie hablaba del Dos de Mayo, ya no venía el ejército, ni decoraban con cañones la plaza, ni había misa por la mañana, ni desfiles con hombres uniformados. Todo eso había cambiado y ahora una gran tarima de madera, acogía los mejores grupos musicales que habían nacido en esos años, mientras que los jóvenes bebían y bailaban hasta altas horas de la noche. Ahora se había puesto de moda un nuevo nombre al barrio, con el que se conocerá para siempre, Malasaña. Atrás quedaron los nombres de Maravillas o del barrio de Universidad. Algo que nunca he comprendido es como llegó este nombre a ocupar el liderazgo nominal de este barrio. Malasaña es el apellido de una de las calles que lo forman, Manuela Malasaña, una bordadora que fue ejecutada en la guerra de la Independencia por portar unas pequeñas tijeras que usaba en su profesión, aunque otros inventaron que Manuelita llevó munición a su padre que estaba disparando un cañón en la contienda y que los dos murieron heroicamente mientras disparaba la última munición que su hija le había dado. Pero esto se cae por su propio peso cuando nos enteramos que Manuela era huérfana y no tenía padre. Pues bien, esta calle que casi cierra el perímetro del barrio por la zona norte y siendo la calle que menos involucrada estuvo en la movida, ya que casi todos los sitios de moda y movida estaban pegados en las calles que rodean la plaza, fue sin embargo, la que apodó para siempre nuestro barrio de la noche a la mañana, tal vez por una asociación que naciera en ese momento o algún periodista que daba las noticias de los sucesos desde una esquina de esa calle.
El baile no solía acabar muy tarde, pero no porque la orquesta se fuera pronto, no... es que a eso de las doce de la noche, siempre acabábamos corriendo por las calles y los antidisturbios detrás de nosotros. Todavía conservo un bote de humo y varias pelotas de goma. Qué tiempos... como corríamos todas las noches, mientras los antidisturbios llegaban a ocupar todo el perímetro de Malasaña. Así un año tras otro, el baile transcurría hasta una cierta hora en que sin saber porqué, ya estábamos corriendo. Recuerdo aquella noche en que una pareja se desnudó encima de la estatua, esa estatua donde yo me habré subido cientos de veces. Fue una noche antológica, ya que una instantánea del momento se convirtió en una de las fotografías más publicadas en la época, de nuestra ciudad. Esa noche me atizaron bien, fue la única vez que un policía lograra darme con la porra en la espalda en todos esos años. La culpa... pues el torpe de mi amigo **** (no digo el nombre para que no se enfade conmigo, jajajaja) que se cayó y tuve que detenerme a ayudarle a levantar, luego mi amigo salió corriendo y cuando quise empezar a correr, ya llevaba conmigo un golpe en la espalda que me estuvo doliendo tres semanas. Al año siguiente yo sería uno de los que apedreábamos la comisaría que se encontraba en la calle de Daoíz a escasos metros de la plaza. En el fondo nadie sabía porqué se tiraban las piedras, pero yo desde luego, sí que tenía mis motivos.
El tiempo siguió su curso y volvió a cambiar el rumbo. Ahora le tocaba el turno al peor momento que ha vivido el barrio desde la contienda de 1808. La droga se apoderó de las calle y durante algunos años, Malasaña era sinónimo de camellos, drogadictos y gente de mal vivir. Cierto es que la plaza mostró su peor cara durante estos años, años en los que muchos de los que se habían criado conmigo, de los que habían ido a mi clase, con los que había jugado de pequeño... acabaron tirados en algún portal con una jeringuilla clavada en las venas. Fueron tiempos difíciles y muchos conocidos desaparecieron para siempre. Yo tuve suerte y supe salir a tiempo del barrio junto a otras pandas que se movían por otros sitios. Durante algunos años, las fiestas volvieron a alejarse del barrio y no se celebraron en algún tiempo. Malasaña, había perdido toda la fama bohemia de antaño que tan de moda la puso.
Y el tiempo siguió pasando... como la fecha del DNI que pasa sin dar tregua. Ahora llegó otro momento que recordar de este barrio. Los jóvenes volvieron a echarse a la calle por las noches y volvieron a ocupar la plaza del barrio, pero esta vez con una diferencia... ahora traían las botellas de alcohol y coca colas en bolsas de plástico, salía más barato que los precios de las copas de los pubs y discotecas que se habían subido a la parra. Hiciera frío o hiciera calor, lloviera, nevara o luciera el sol, las reuniones de jóvenes bebiendo en la plaza, cada día era mayor. Había nacido el Botellón.
Como es lógico, esto para algunos no era de buen agrado, ya que muchos vecinos que tenían que madrugar para ir a trabajar, tenían que aguantar toda la noche, un estruendo de voces y ruido que no dejaba dormir ni al más pintao. Llegaron los malos olores de los orines en las esquinas y paredes, los amantes que con dos copas de más, ofrecían al paseante su entrega al amor en los capós de los coches, y claro... los vecinos empezaron a hartarse de esta situación. Así que un tiempo después, todos los fines de semana, nos podíamos encontrar de nuevo en el barrio con furgones y tanquetas de antidisturbios en las esquinas y rodeando toda la plaza. De nuevo llegaron los tiempos de correr delante de ellos y de hacer barricadas con coches atravesados y contenedores en llamas. Pero para esta época, yo ya estaba mayor y no participé de estas salvajadas.
Ahora... el barrio está como en una especie de tránsito. Los comercios de toda la vida han echado el cierre y muchos de sus bares legendarios han desaparecido. No hay un hecho contundente actual que os pueda contar que sobresalga de lo corriente. Ahora es todo normal, como en cualquier barrio de Madrid. Cada día es más difícil aparcar, cada día cierran más locales por no poder asumir la subida de impuestos, y cada día veo más caras nuevas por sus calles. Las caras conocidas de los vecinos de toda la vida, se han ido renovando por caras de sudamericanos, chinos y gays. El barrio está tomando otro rumbo, otros estilos de vida, otras costumbres. Perdura el adoquín en sus calles, y sigue en pié la
iglesia de las Maravillas y el
Monumento a Daoíz y Velarde, con el lavado de imagen que se dio hace pocos años a todos los edificios, y entre todos los que formamos este rincón histórico de Madrid, tenemos un barrio majete que merece la pena conservar, sea con el nombre de Universidad, de Maravillas, de Dos de Mayo o de Malasaña. Todos llevan al mismo lado.
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Plaza del Dos de Mayo I: El antes
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Iglesia de las Maravillas: (Santos Justo y Pastor)
La plaza sirve de marco al monumento de Daoíz y Velarde, del que seguimos hablando en este otro artículo:
Plaza del Dos de Mayo III: Monumento a Daoíz y Velarde