miércoles, 25 de agosto de 2010

Iglesia del convento de San Plácido: Las monjas poseídas por el diablo



La iglesia ha llegado a nosotros en un perfecto estado de conservación de todas las de su tiempo, podríamos decir que la mejor de Madrid. El estilo es una transición de la última etapa del renacimiento (más bien herreriano), al barroco del siglo XVII.
El monasterio de benedictinas de San Plácido fue fundado en 1623 por la gran dama doña Teresa Valle de la Cerda y Alvarado, que había renunciado a su matrimonio con el poderoso caballero don Jerónimo de Villanueva para ingresar en el convento, siendo nombrada priora y siendo nombrado patrono de la fundación el despechado que no llegó a ser su esposo, que era ministro de Felipe IV. Quedaos con los nombres de estos dos nobles, porque vamos a hablar mucho de ellos.
El templo tuvo como arquitecto al madrileño fray Lorenzo de San Nicolás entre 1655 y 1658. Fue fundado como Monasterio de la Encarnación Benita, de religiosas del orden de San Benito, aunque se le conoció siempre como San Plácido por estar anejo al de San Martín, en donde se veneraba a dicho santo.

El edificio al principio, era una de las casas de Jerónimo de Villanueva, que dejó para su fundación en la calle de San Roque y como su querida amante había ingresado en el convento, mandó construir un caserón pegado al monasterio para así poder vivir cerca de su amada e incluso se excavó un pasadizo que unía la casa con el convento por el cual llegaría a atravesar el mismísimo rey Felipe IV, pero de eso hablaremos dentro de un rato, así que vayamos por partes y nos situaremos cuatro años después de la fundación del convento.

Juan Francisco García Calderón, un fraile benedictino, fue nombrado confesor de las monjas en San Plácido y al poco tiempo una de las monjas pareció que se volvió loca. La monja chillaba y actuaba como poseída, soltando palabras indecorosas (vamos... que soltaría un sin fin de tacos y palabras mal sonantes) y actuando como si dentro de su cuerpo estuviese el mismísimo diablo. El confesor sentenció que estaba posesa por el maligno y le sometió a un exorcismo para sacar los demonios de su cuerpo. A los pocos días otra monja entró en el mismo estado y otra vez fray Francisco tuvo que exorcisar a la nueva poseída. Así pasó una y otra vez con 26 de las 30 monjas que habitaban el convento, incluso la priora fue de las primeras en caer, nuestra fundadora doña Teresa Valle. y pronto no se hablaba de otra cosa en Madrid.
Muchos vecinos comentaban haber visto a las monjas retorcerse por el suelo a la vez que soltaban blasfemias, gritos desgarradores, los ojos fuera de sí y en poco tiempo, era sabido por toda la Corte.
Solo se salvaron cuatro de las monjas, casualmente por ser las de más avanzada edad o ser las menos favorecidas de atractivo físico, vamos... en una palabra, que se salvaron las viejas y las feas del ataque de Lucifer. Resulta que les había convencido a todas de que la mejor forma de sacar al diablo de sus cuerpos era teniendo relaciones carnales con él y claro... en vista de los polvazos que echaría, todas se sintieron poseídas con tal de probar el exorcismo y el confesor acabó por traginarse a todas las monjas, una tras otra, con ayuda de otro confesor, Alonso de León, que también le ayudaba en sus faenas y que fue parte acusatoria en el proceso que se le avecinaba a García Calderón. Pero mientras todo esto pasaba entre el confesor y las monjas, por el pasadizo secreto se infiltraban a menudo tres nobles también al convento: El Duque de Olivares, el patrón y despechado Jerónimo de Villanueva y el mismísimo Felipe IV. Desde luego que el convento de San Plácido se había convertido en escenario de las mejores orgías que se podían organizar en el Madrid de aquella época y de todos era sabido que el rey Felipe IV se había pasado por la piedra a medio Madrid y las grandes noches de sexo en el convento no iba a ser una excepción para el monarca.
En vista de lo ocurrido en San Plácido, tomó cartas en el asunto el Santo Oficio, deteniendo al confesor y a las monjas involucradas, incluida la priora, llevándoles a todos a la cárcel secreta de la Santa Inquisición en Toledo. Allí estuvieron durante dos años en que se dictó el fallo del juicio y condenando a fray Francisco García Calderón, de pertenecer a la secta de los alumbrados y por eso su condena fue reclusión perpetua, sin poder ejercer ningún cargo, con pan y agua tres días a la semana y otras medidas disciplinarias, acabaría sus días en dicha prisión. A doña Teresa Valle de la Cerda, la condena fue de cuatro años recluida en el convento de Santo Domingo en Toledo, que una vez pasados los cuatro años y arrepentida de sus pecados, y gracias a sus poderosas influencias, se le permitió volver a San Plácido para seguir ejerciendo su cargo. Las demás monjas fueron esparcidas por distintos conventos para que no volviesen a caer en las garras del maligno. Muchas de ellas volvieron de nuevo a San Plácido. Al fin y al cabo, tuvieron suerte y se salvaron de la hoguera. Y es que debemos tener en cuenta, ya con la mirada vista en nuestra época, que las monjas de San Plácido, eran muy jóvenes, demasiado jóvenes cuando ingresaban en la orden, y por mucho que se hubieran prometido matrimonio con Dios, no dejaban de ser adolescentes en la época de su vida en que la sexualidad aflora de una forma natural en sus cuerpos jóvenes y para colmo, el confesor y consejero de las monjas, debió de ser, lo que hoy llamaríamos... un chulazo de escándalo. Visto esto, lo demás es fácil de imaginar, y es que cuando uno está caliente... es muy difícil apagar la necesidad sexual.
Pero esto no queda aquí y unos años después, el convento de San Plácido vuelve a estar en boca de toda la Corte...

En las reuniones que mantenía Jerónimo de Villanueva en su casa con el Duque de Olivares y el rey Felipe IV (a lo que hoy podíamos llamar una reunión de amiguetes que quedan para ligotear por ahí) llegaron las noticias de una nueva monja que había ingresado en el convento. Se trataba de Margarita de la Cruz, una joven preciosa, con cabellos rubios y una cara virginal asombrosa, lo que hizo que el rey quisiera conocerla enseguida. Disfrazado el rey, fue al encuentro de la nueva religiosa...
El rey una vez conoció a la monja, se prendó locamente de ella y todas las noches iba hasta el convento para mantener largas horas de charla con ella. Pero el rey ya no aguantaba más charlas y el siguiente paso (evidentemente), era acostarse con ella, con lo cual la siguiente cita sería a través del pasadizo que unía la cueva de la casa de Villanueva con una bóveda del convento donde se guardaba el carbón, para así, poder llegar a sus aposentos. La abadesa Teresa, aprovechando su antigua relación con el noble y frustrado esposo, intentó persuadirlos de su aventura, pero tanto el Duque de Olivares como Jerónimo de Villanueva, le dijeron que eran órdenes del rey y que debía acatarlas, con lo cual, la abadesa ideó un plan...
Cuando los tres amigos pasaron el pasadizo la noche de marras, el primero en llegar a las estancias del convento fue Villanueva, que se encontró con lo que había ideado doña Teresa para hacer desistir al rey y salvar a Margarita.
La hermosa novicia yacía tumbada en un armazón de madera cubierto de paños fúnebres negros, con un crucifijo en la cabecera y cuatro cirios encendidos en las cuatro esquinas. Entre los cirios, un ataúd blanco rodeado de flores en donde se encontraba Margarita muerta, con su pálida carita de ángel y tan bella como si estuviera viva. Villanueva retrocedió y corrió a dar la noticia al rey, que cayó desmayado y hubo que llevarle a escondidas en una carroza hasta el Palacio del Buen Retiro donde tuvieron que asistirle. Otra vez tuvo que intervenir el Santo Oficio, que siendo inquisidor mayor fray Antonio de Sotomayor, arzobispo de Damasco y confesor particular del rey, tuvo que hablar muy seriamente con Felipe, el cual le prometió que no volvería a ocurrir nunca más algo parecido.
Pero Felipe IV, cuando se enteró del engaño, mandó pintar un cristo crucificado a su pintor de Corte para donar al convento por su arrepentimiento, pero en contraposición al buen acto de la donación del cuadro, mandó también un reloj que fue instalado en la torre por orden del monarca. El cuadro del cristo crucificado es el famoso cristo de Velázquez y el reloj tocaba las campanadas a difuntos en honor de la "fallecida" monja, y así estuvo tocando todas las noches, cada hora durante años, hasta el día que murió de verdad Margarita, momento en que misteriosamente no volvió a sonar más. Jerónimo de Villanueva, Caballero de la Orden de Calatrava, Comendador de Villafranca y Santibáñez, Consejero del Consejo de Aragón, Consejero de Guerra y Cruzada, Consejero de Indias, Protonotario del Consejo de Aragón, Consejero y partidario del Duque de Olivares y amigo íntimo de rey, una vez destituido el Duque y de llegar a ser el enemigo más odiado en Cataluña por ser el culpable del fracaso en política del rey, fue detenido por los hechos acontecidos en el convento de San Plácido y condenado a reclusión en la cárcel, pero gracias a su hermano que era el Justicia Mayor de Aragón, fue sacado de la cárcel y una vez libre se fue a vivir a Zaragoza, no pisando Castilla nunca mas. Allí moriría en 1645 a los 58 años de edad. De doña Teresa Valle, perdemos el rastro en la clausura de San Plácido pasando el resto de su vida allí. Yo no sé donde murió y donde fue enterrada.

Una vez vistos los acontecimientos que ocurrieron, vamos a saber un poco más del tema que nos lleva. El convento de San Plácido y su iglesia.
El antiguo convento donde pasó todo lo que hemos relatado, desapareció y en 1903 después de que las últimas monjas se trasladaran a las Salesas Reales, se demolieron distintas dependencias que se encontraban en ruinas, perdiéndose para siempre una capilla con frescos de Ricci y la Sacristía donde se encontraban dos cuadros de Velázquez, el Cristo y una última cena que al día de hoy nadie sabe donde está. En la parte que da a la calle del pez, se construyó un cine que acabó en un incendio y en 1912 fue reconstruido el convento nuevamente, intentando que se pareciese lo más posible a la antigua casa de Villanueva donde se fundó el monasterio, por el arquitecto Rafaél Martínez Zapatero, siendo declarado en 1943 Monumento Nacional, y no me extraña, pues veamos que nos encontramos dentro de su iglesia, que sí ha llegado hasta nuestros días.

Convento de las Benedictinas de San Plácido




La fachada del convento que da a la calle de San Roque, es una fachada austera, lineal, sin ningún ornamento, solo rota por la puerta de entrada a la iglesia y las rejas forjadas de sus ventanas. Encima del dintel de la puerta, se encuentra un relieve que representa La Anunciación, obra de Manuel Pereira, el elegante escultor portugués que desempeñó casi toda su obra en Madrid. Existía otro relieve en otra puerta que daba a la calle del Pez y que fue demolida con el convento en 1908. También está en la fachada de la calle San Roque dentro de un nicho, una imagen de San Benito, cubierta en la actualidad por unas rejas, obra también de Pereira.

Puerta de acceso a la iglesia con el relieve de Pereira y los escudos




Rejas forjadas en las ventanas del convento



Fachada en la calle de San Roque (a la izquierda de la foto)




Relieve de la Anunciación encima de la puerta, obra de Manuel Pereira




San Benito dentro de un nicho en la fachada, resguardado con rejas, obra de Pereira










Una vez que entramos a la iglesia, podemos ver cuatro magníficos retablos. El del altar mayor que nos dejará sin aliento, dos a ambos lados de la nave y uno en la Capilla de la Inmaculada. Todos ellos pertenecen a los hermanos Pedro y José de la Torre, unos magníficos escultores y arquitectos de la época, siendo Pedro el primer arquitecto que usó en los retablos barrocos las columnas salomónicas. En el retablo de la izquierda, contiene en su centro un lienzo de San Benito y su hermana Santa Escolástica, pintado por Claudio Coello, donde predomina el negro de los hábitos que ocupan tres partes del cuadro, en contraposición del rico colorido de la parte superior que representa la Trinidad, todo un arte de Coello en jugar la luminosidad entre el oscuro y la luz. El resto del retablo se completa con otros cuantos lienzos con representaciones varias.

Retablo de Pedro de la Torre con el lienzo de Claudio Coello de San Benito y su hermana Santa Escolástica



El retablo de la derecha está dedicado a Santa Gertrudis, un lienzo con más color y belleza que el anterior, pero con menos expresividad del autor y el resto del retablo se completa con otros lienzos del mismo pintor.

Pero lleguemos al retablo del Altar Mayor, el que contiene la joya de la iglesia sin ninguna duda.

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Retablo barroco en el Altar Mayor de Pedro de la Torre con el Lienzo de 7 metros "El Misterio de la Encarnación", representando la Anunciación, obra maestra de Claudio Coello







Este retablo sirve de marco al gran lienzo de siete metros de Claudio Coello, "El Misterio de la Encarnación", con una técnica de color preciosa, representa la Anunciación. El retablo es monumental, con dos pares de columnas sujetas por una base ornamentada con motivos vegetales, caras de ángeles y filigranas. Entre las columnas las imágenes de San Benito y San Plácido, una a cada lado, también son obra de Pedro de la Torre. En la parte superior sigue la misma ornamentación de filigranas y cuatro angelitos, haciendo la forma de un arco de medio punto, para enmarcar el bellísimo cuadro de Coello que tiene esa forma y que encaja a la perfección en el marco barroco de Pedro de la Torre. Delante de todo ello, una gran Custodia, Camarín o ostensorio, con forma de cubo y coronada por una cúpula perfectamente ornamentada, da profundidad al Altar Mayor, haciendo del conjunto una obra irrepetible. Os aseguro que estar delante de este retablo es para sentarte y disfrutar del arte hasta extasiarte.



El Misterio de la Encarnación, de Claudio Coello, lienzo que preside el retablo del Altar Mayor








Otra vista del conjunto del retablo con el lienzo




La cúpula no tiene tambor, tiene forma de media naranja y sus frescos fueron pintados por Francisco Ricci, al igual que los pilares del crucero. La cúpula está dividida en ocho sectores decorados con las cruces de las Ordenes de Alcántara, San Juan, Calatrava, San Mauricio, Avis, San Esteban, Cristo y Montesa. Las pechinas están adornadas con grandes medallones con las figuras de cuatro Santas Benedictinas: Santa Juliana, Santa Francisca Romana, Santa Isabel Abadesa y Santa Hildegarda. También cuatro rectángulos que no se ven apenas en los pilares del crucero, que representan a San Ildefonso, San Anselmo, San Ruperto y San Bernardo, que son los mismos santos que representan las imágenes que se alojan en hornacinas de los pilares que esculpió Pereira.

Cúpula y pechinas pintadas por Francisco Ricci



A ambos lados del crucero se encuentran dos cuadros del siglo XVIII muy oscuros, Nuestra Señora de Atocha y la Virgen del Milagro, los dos obra de Meléndez, pero las fotos que hice salieron muy mal, muy oscuras y con el reflejo del flash, ya que no tenía luz suficiente para hacerlas de otra forma. Así que no os las puedo mostrar.

Otro de las grandes obras que atesora San Plácido, es el Cristo yacente de Gregorio Fernández, una verdadera joya del barroco que ha llegado hasta nosotros en perfecto estado de conservación. Una obra preciosa de la que puede enorgullecerse este convento.

Cristo Yacente, obra de Gregorio Fernández



Pero sin duda, la obra de mayor envergadura que estuvo en este convento, es el cuadro del Cristo de Velázquez, tal y como os conté antes. No hay documentación que demuestre si realmente fue regalado por Felipe IV o si fue Jerónimo de Villanueva el que lo mandó pintar, pero sea como fuese, el cuadro estuvo casi doscientos años en la Sacristía de la iglesia, hasta que por motivos que no están muy claros, acabó en poder de Manuel Godoy y más tarde fue a parar al Museo del Prado. Desde luego que debería de seguir en el convento para el que fue pintado, pero no seré yo el que ponga en un compromiso a los altos cargos de la pinacoteca para deshacerse de tan magnífica obra de arte. Ese cuadro oscuro y pintado a conciencia para las sombras de San Plácido, debería seguir en su lugar de origen.


Cristo de Velázquez, cuadro que estuvo en la Sacristía del convento durante casi 200 años





Mi visita a San Plácido ha sido en un día radiante de sol, con una luz extrema a las once de la mañana, sin embargo, una vez que crucé la puerta por debajo del relieve de Pereira que está encima del dintel, me introduje en una atmósfera impregnada de silencio, oscuridad y de paz. La iglesia a pesar de la luz que había en el exterior, permanecía en penumbra, más que en penumbra, en una perfecta oscuridad, y que solo pude empezar a ver, cuando se fueron encendiendo poco a poco las luces que alumbran el lienzo de Claudio Coello en una perfecta iluminación entre sombras, que hacen del cuadro, un espectáculo lleno de sensaciones que no olvidaré jamás.




martes, 24 de agosto de 2010

Edificio Metrópolis



El edificio nació por la construcción de la Gran Vía madrileña. En este lugar, la esquina que hoy forma las calles Gran Vía y Alcalá, se encontraba la que popularmente se llamaba "la casa del ataúd", por la forma estrecha que tenía y allí construiría su nueva edificación una empresa de seguros.

La Casa del Ataúd, donde se levantaría el edificio Metrópolis



El edificio era propiedad de la compañía de seguros La Unión y el Fénix Español y a consecuencia del nuevo trazado y construcción de la Gran Vía, se demolió y junto al solar de otras seis casas, se levantaría el futuro y precioso edificio. Se convocó un concurso internacional en el que estaba el plazo abierto para arquitectos españoles y franceses, siendo ganadores los franceses Julés y Raymond Février, aunque fue Luis Estéve un arquitecto español el que llevó a cabo la obra. El nuevo edificio en estilo francés, unos dicen que ecléctico, otros que segundo bajo imperio y yo siempre lo he visto como modernista, hace un chaflán semicircular y en su fachada adornan once grupos escultóricos, sobresaliendo al pié de la cúpula uno de Mariano Benlliure. Unas enormes columnas de la altura de dos pisos sujetan otro grupo escultórico de estatuas alegóricas que representan el Comercio, la Agricultura, la Industria y la Minería, todas ellas de los escultores Saint Marceaux y L. Lambert.

Grupo de esculturas alegóricas sustentadas por las columnas de la fachada



El edificio se encuentra coronado por una cúpula de pizarra con ornamentos dorados y en la cúspide una estatua que representa una Victoria alada. Originalmente se encontraba una estatua de bronce que representaba el ave fénix y un hombre sentado en una de las alas con el brazo en alto representando a Ganímedes, pero en la década de los setenta, el edificio pasa a manos de otra aseguradora "Metrópolis", que sigue siendo su actual propietaria y que puso encima de la cúpula una Victoria Alada de Federico Caullaut, una vez que la antigua propietaria optara por llevarse su símbolo a un edificio de la Castellana, en un acto que no estuvo exento de polémica. En ese edificio de la Castellana, donde tiene la Unión y el Fénix su sede, descansa hoy en el jardín la estatua original, siendo una réplica la que emerge encima del edificio actual. Pero volvamos a la esquina de Alcalá y Gran Vía y veamos las dos estatuas simbólicas...

Edificio Metrópolis con el antiguo símbolo en su cúpula, el ave Fénix y un humano sentado en una de las alas con un brazo extendido, representando a Ganímedes, foto de 1910



Símbolo actual que representa a una Victoria alada, por el escultor Federico Caullaut




El bello edificio de Metrópolis ha sufrido varias restauraciones de conservación, ya que el sitio donde se encuentra, tiene al edificio sometido a la contaminación ambiental y a las palomas. Desde que Metrópolis se hizo cargo del edificio, se han realizado cinco reformas y se ha añadido una iluminación nocturna que tiene fama de ser una de las mejores de toda la ciudad, en donde 205 focos, proyectan cada parte emblemática del edificio, haciendo de esta esquina, un auténtico espectáculo de la zona.

Victoria alada, obra de Federico Caullaut, con la iluminación nocturna



Vista del edificio con la iluminación nocturna



Es un edificio que a mí me recuerda muchísimo a la Casa Gayarre en la Plaza España, aunque la gran ornamentación de la cúpula junto al símbolo que la culmina, hace que sea mucho más majestuoso y grandioso que el otro, pero que si no fuera por las columnas de la fachada, yo creo que no tendría ninguna duda en decir que es modernista, aunque ya hemos comentado que el estilo es imperio francés, muy extendido en la época en que se construyó. Es casi imposible pasar por los alrededores del edificio sin ver a varias personas haciendo fotos, ya que es una de las fachadas más fotografiadas de Madrid. La base del edificio es más austera, en ella se encontraba el Café Dólar y en la actualidad el café ha sido reemplazado por un banco.
A mí, sinceramente me gustaba mucho más como quedaba la estatua simbólica de la Unión y el Fénix que la actual, pero creo que la aseguradora Metrópolis, sabiendo la importancia que tenía ya el símbolo de bronce que coronaba esa esquina, supo reemplazar perfectamente el vacío que dejaba, por otra estatua que hace su función a la perfección. De hecho, hay mucha gente que de no saberlo, ni lo hubiera notado, al fin y al cabo... las dos tienen alas, y mirando desde abajo, cualquier pájaro con alas vuela.
Justo al lado nos encontramos con el número 1 de la Gran Vía, el edificio Grassy, del que hablaremos próximamente.


Victoria alada, vista nocturna



lunes, 23 de agosto de 2010

Iglesia de las Salesas Reales (antiguo monasterio de la Visitación)



El convento de la Visitación de nuestra Señora, de siempre fue representación de la alta clase de la sociedad. Incluso hoy en día sigue teniendo ese acentuado valor de prestigio social. A ello contribuye también la riqueza de su interior por las obras que conserva. Hoy día es la Parroquia de Santa Bárbara.
Consistía en un conjunto formado por iglesia y convento, que no dejaba de ser un Palacio donde la fundadora, la reina doña Bárbara de Braganza, había mandado construir una residencia en caso de enviudar y que de paso fuese un colegio para educar niñas nobles.







Sachetti presentó un proyecto, pero fue finalmente el de Francisco Carlier, que había sido arquitecto mayor de Felipe V y director de Arquitectura y honoraria de la Academia de San Fernando desde 1744, el que se ejecutó. Colaboró junto a Carlier como ayudante, Francisco Moradillo, que modificó algunas partes del proyecto, añadiendo las torres de la fachada, el segundo cuerpo y la cúpula de la iglesia. El estilo es un barroco culto cortesano, totalmente distinto del barroco madrileño acostumbrado en la época. La decoración de las bóvedas y la cúpula fue realizada por los hermanos González Velázquez, un equilibrio perfecto entre arquitectura y decoración. Es en los altares, el púlpito, el órgano, los cinco retablos y la tribuna real, donde nos encontramos con la ostentación barroca e incluso rococó como es el caso de la tribuna.



La Escalinata del atrio a la Iglesia se añadieron en 1930 por Miguel Durán




Detrás del magnífico atrio, cerrado por rejas del siglo XVIII, separadas por pilares graníticos sobre los que se asientan jarrones con flores pétreos, se encuentra una amplia escalinata. A la derecha del acceso se encuentra el Palacio de Justicia, y lo que era la antigua entrada al convento, que en su zona central aloja una gran hornacina, en cuyo centro hay un grupo escultórico en piedra de la Sagrada Familia, realizado por Juan Domingo Olivieri, que era el escultor de cámara de Fernando VI. La fachada del templo se articula verticalmente con pilastras de orden compuesto, formando siete calles, de las cuales las tres centrales configuran el pórtico de tres arcos de medio punto que acceden al atrio de la iglesia.




En la parte superior hay un gran frontón, sobre el cual hay dos ángeles adorando la cruz, obra del escultor Giraldo Bergaz. En el tímpano del mismo se disponen los escudos pétreos de España y Portugal. A los lados hay sendas torrecillas, rematadas por cúpulas bulbosas, para el reloj y el barómetro. En el centro hay una ventana, con una vidriera del XVIII de Santa Bárbara, que ilumina el coro. Varios relieves se distribuyen por la fachada, destacando el central, que es un magnífico tondo circular en donde aparece la Visitación de María a su prima Santa Isabel, que reproduce en iconografía el emblema de la orden que administraba este edificio. El autor de este medallón es el italiano Juan Domingo Olivieri, principal promotor de la Academia de Bellas Artes de San Fernando.








Este escultor también realizó los dos relieves del primer cuerpo, con Ángeles sujetando las Tablas de a Ley y la Cruz, emblemas respectivos del Antiguo y del Nuevo Testamento. También obra suya son otros relieves menores con atributos episcopales. En el segundo cuerpo, dentro de hornacinas, lucen las estatuas de San Francisco de Sales y Santa Juana Fremiot Chantal, obras de Alfonso Giraldo Bergaz.










Interior del templo







El interior del templo es de gran lujo y belleza. Se organiza por medio de una planta de cruz latina, con cúpula sobre tambor sobre el crucero y coro alto a los pies. Se sostiene por medio de una serie de columnas adosadas de orden corintio, que soportan una gran cornisa, sujetada por modillones. Se cubre por una bóveda de cañón con lunetos a los lados.










En la Capilla Mayor se dispone el magnífico retablo, diseñado por Carlier, siendo realizado en mármoles verdes de Granada y bronce dorado. Se organiza su único cuerpo por medio de seis grandes columnas de serpentina, con capiteles compuestos. En su centro acoge el lienzo con la Visitación de María a su prima Santa Isabel, obra del pintor napolitano del siglo XVIII Francisco del Mura, encuadrado por un rico mármol que lleva las armas reales. En el ático aparece un relieve con San Francisco de Sales adorando a la Santísima Trinidad, flanqueado por las Virtudes de la Religión y la Caridad, esculturas de Olivieri. Del mismo autor son las dos esculturas de mármol blanco de San Fernando y Santa Bárbara, patronos de los reyes fundadores, que se sitúan a ambos lados del retablo. Sobre el altar un Crucifijo Hispano-Filipino de marfil. Mientras que la mesa del altar y las credencias están realizadas en piedras duras en Roma.





En la parte izquierda del retablo se abre la tribuna regia, que comunicaba con el Cuarto Real, lugar donde habitaban los monarcas cuando venían de retiro espiritual a este convento. Es de madera dorada y acristalada y en la parte superior aparecen los escudos de España y Portugal.




Toda la decoración pictórica de la iglesia fue realizada en el siglo XVIII por los hermanos González Velázquez: Luis, Alejandro y Antonio. En 1908 hubo un incendio que afectó a la cúpula, por lo que las pinturas fueron restauradas por Polo y la cúpula por Valdés.

cúpula sobre pechinas en el tramo central del crucero



cúpula y bóvedas pintadas por los González Velázquez



pintura en la bóveda de la nave central, representando a San Francisco de Sales, obra de los Hermanos Velázquez.





Tribuna Real en estilo rococó francés



En el paso del crucero a la nave se encuentra el soberbio púlpito, tal vez el más bello de todo Madrid. Fue realizado en mármoles verdes y blancos, al que se accede por una movida barandilla, en cuya parte inicial hay un ángel, vestido con una dalmática, que sujeta un candelero. En la parte superior se encuentra el tornavoz, que sigue el lenguaje y la estética rococó que predomina en todo el templo.

Púlpito barroco



Pasando a la nave desde el lado del Evangelio, se halla la efigie del Cristo del Amparo, talla del siglo XIX, aunque torpemente repintada.





Sepulcro del rey Fernando VI

Pero hablemos de la verdadera joya que contiene la iglesia. Se trata de los sepulcros de los fundadores, los reyes Fernando VI y su esposa doña Bárbara de Braganza, un proyecto de Sabatini y encargado por Carlos III, aunque más que sepulcros, son auténticos monumentos funerarios. Enterrados allí según sus deseos, son los únicos reyes de España enterrados en la capital (junto a María de las Mercedes de Orleans que se encuentra en la Catedral de la Almudena). Aunque ambos sepulcros están pared con pared, el de doña Bárbara no está al acceso del público, ya que se encuentra en la capilla del Santísimo, una capilla reservada que tiene la entrada desde el presbiterio, mientras que la de Fernando VI, se encuentra en el crucero, en el lado de la Epístola y fue realizada la obra por Juan León y el del rey por Francisco Gutiérrez.

Soberbio y majestuoso sepulcro del rey Fernando VI, encargado por Carlos III. Está realizado en pórfido y mármol. Este monumento se trasdosa con el de su esposa, doña Bárbara en el coro bajo. De extraordinaria suntuosidad fue realizado bajo trazas de Francisco Sabatini, siendo realizado por el escultor Francisco Gutiérrez. Centrado por un arco de medio punto, en cuya parte superior aparece el escudo real de España sustentado por la Fama y un ángel. En la zona central se encuentra la figura de Saturno, como dios del tiempo, que sujeta un medallón con el busto de Fernando VI. Debajo del mismo dos bolas terráqueas coronadas, simbolizando el poderío de España sobre el mundo, son acompañadas por ángeles que sujetan el cetro y la espada, símbolos del poder, mientras que levantan un cortinaje, que nos permite descubrir el sepulcro propiamente dicho, asentado sobre dos leones broncíneos. El cual se cubre por un relieve en donde aparece el rey como protector de las artes. En la parte baja aparecen alegorías de las virtudes del reinado de Fernando VI, por un lado una mujer que representa a la Fortaleza y la Justicia, mientras que en el lado contrario otra matrona simboliza a la Paz y la Abundancia. En el centro una inscripción, realizada por Juan de Irarte, dice lo siguiente traducida del latín: "Aquí yace el fundador de este monasterio Fernando VI, Rey de las Españas, óptimo príncipe que murió sin hijos, pero con numerosas prole de virtudes. Padre de la Patria, el 10 de agosto de 1759. Carlos III dedicó este monumento de tristeza y piedad a su queridísimo hermano, cuya vida hubiera preferido al Reino".
En esta obra colaboró Juan de León.

Monumento funerario de Fernando VI









Sepulcro Proyecto de Sabatini, realizado por Francisco Gutiérrez




Sepulcro de la reina Bárbara de Braganza

La Sala del Reservado es el antiguo coro bajo de las monjas. La planta es de planta rectangular y se cubre por medio de una bóveda rebajada, con lunetos y decoración de yeserías, en cuyo centro hay una pintura de la Adoración del Nombre de Dios, obra de los Hermanos Velázquez. En el frente se dispone un soberbio retablo marmóreo, del siglo XVIII, en cuyo centro hay un grupo del mismo material, con la Sagrada Familia, la obra más exquisita y perfecta de Juan Domingo Olivieri. A sus pies se encuentra el Sagrario, bella obra del siglo XVIII, en donde podemos ver relieves broncíneos de la Adoración a Cristo. A los lados esculturas de principios del siglo XX con los Sagrados Corazones de Jesús y María. En los laterales del altar se encuentran dos armarios del siglo XVIII, de maderas nobles, sobre los cuales hay óvalos con las figuras de los Arcángeles Miguel y Gabriel.

Capilla del Santísimo. Capilla reservada para el sepulcro de doña Bárbara de Braganza



En el lado derecho de la capilla se encuentra el sepulcro de Doña Bárbara de Braganza, esposa amada de Fernando VI. Fue mandado construir por orden de Carlos III, encargando el proyecto a Francisco Sabatini, mientras que la parte escultórica fue realizada por Juan León y concluida por Francisco Gutiérrez, siendo las inscripciones de Juan de Iriarte. Cobijado por un arco de medio punto y realizado en materiales broncíneos y marmóreos se encuentra el sepulcro, en cuya parte superior luce un medallón con el busto de la soberana, sujetado por dos ángeles. En el centro se encuentra una calavera coronada con tibias, símbolos de la muerte, que despuntan sobre el túmulo funerario, en cuya parte frontal aparece el escudo real de Portugal. A los lados dos ángeles lloran por la muerte de la reina.











El sepulcro está separado por la pared del de su esposo



En la parte inferior hay una inscripción alusiva a Doña Bárbara, en donde se lee en traducción del latín: "María Bárbara de Portugal, esposa de Fernando VI, después de haber fundado este templo para gloria de Dios y como convento para religiosas, descansa en este sepulcro entre oraciones y ofrendas. Murió a los 47 años en Kalendas de septiembre de 1758".


Monumento funerario de Bárbara de Braganza



Lo único que queda de la obra de la reina, es el convento, convertido en 1870, ya muerta la reina y exclaustradas las monjas, en Palacio de Justicia, el cual, tras sufrir dos incendios, fue restaurado por Joaquín Roig y destinado de nuevo a Justicia, donde se encuentra hoy el Tribunal Supremo y el huerto se convirtió en la Plaza de París, y también desde ese mismo año, se encuentra al lado contrario del sepulcro de Fernando VI en el interior de la iglesia, el mausoleo de Leopoldo O'Donell, en mármol de Carrara labrado por Jerónimo Suñol. En 1891 pasó la iglesia a la advocación de Santa Bárbara. La escalinata que precede a la iglesia fue añadida por Miguel Durán al abrir la nueva calle de Braganza en 1930.

En la zona del crucero en el lado del Evangelio, se encuentra el sepulcro de don Leopoldo O'Donell, Duque de Tetuán. Su sepultura fue realizada en estilo neoplateresco y es obra del arquitecto Nicolás de Mendivil y del escultor Jerónimo Suñol en el siglo XIX. Su enterramiento en este lugar se debe, como dice la inscripción, al deseo del pueblo de Madrid, de honrar a este héroe de las guerras de África, destacando por la toma de la ciudad de Tetuán.

Sepulcro de Leopoldo O'Donell





Retablos y cuadros


Retablo del siglo XVIII, realizado en mármol verde de Granada en las columnas, que se mezcla con otros mármoles de colores y bronces. Se remata por un relieve marmóreo con cabezas de ángeles. En su centro aparece el cuadro de San Francisco de Sales y Santa Juana Fremiot Chantal adorando el Sagrado Corazón de Jesús. Es obra del pintor italiano Corrado Giaquinto.






Altar con un retablo con una Sagrada Conversación, obra de Isidro Carnicero del siglo XVIII, aunque hay otros que lo consideran de la escuela italiana, relacionado con Francisco del Mura. Representa a la Virgen con el Niño en conversación con San Francisco Javier y Santa Bárbara, en presencia de alegorías de los continentes.





Altar con un retablo muy similar en estructura y decoración a los anteriores en cuyo centro hay un lienzo del pintor francés Charles Joseph Flipart, en donde se representa el momento en que el rey San Fernando recibe las llaves de la ciudad de Sevilla. A los lados esculturas de mediados del siglo XX con San Antonio de Padua y la Virgen Milagrosa.





Altar con otro retablo similar a los anteriores con un lienzo dedicado a las Dos Trinidades, obra del pintor italiano Francisco Cignaroli, del siglo XVIII. A los lados del altar dos esculturas de mediados del siglo XX, con a Virgen del Pilar y Nuestra Señora del Carmen.





En los pies del templo se encuentra la capilla de Nuestra Señora de Lourdes, imagen moderna, que aparece cobijada en el interior de una gruta.