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martes, 5 de abril de 2016

Torre y Casas de Los Lujanes


En la Plaza de la Villa se encuentra la Torre y Casas de los Lujanes, y digo bien hablando de casas, porque todo el mundo se refiere siempre como Casa y Torre de los Lujanes, cuando realmente son varias casas.




Situándonos una vez pasado la de Cisneros y atravesando la estrecha calle del cordón (llamada antes, callejón de los Azotados), nos encontramos con la primera de las Casas, que albergó hasta no hace muchos años, la Hemeroteca Municipal. Se trata de una edificación del siglo XVI, con un precioso arco de herradura apuntado mudéjar con puerta de madera.




En su interior se encuentra la preciosa escalera gótica que estuvo en el hospital de La Latina y hasta hace unos años, al lado, en este mismo hall, estuvieron los sepulcros de La Latina y su esposo, verdaderas obras de arte plateresco y que se encuentran actualmente en el Museo Municipal del antiguo Hospicio. La Casa tiene un claustro y un patio con columnas. Los techos son de vigas vistas.Uno de los salones tiene en el techo unas pinturas de estilo pompeyano, que estuvieron durante décadas ocultas por papel pintado.



Pegada a esta, se encuentra la casa en donde vivieron los Lujanes y que contiene adosada la Torre, que alimenta cantidad de anécdotas y leyendas sobre el rey Francisco I de Francia. Este rey fue derrotado por Carlos V en la Batalla de Pavía y según la leyenda, estuvo preso en esta Torre. Pero la realidad parece que fue otra, estando preso solo en el campo de batalla, y que la Torre de los Lujanes no fue más que una mansión hospitalaria que se le brindó durante unos días, mientras que se acomodaban sus habitaciones en Palacio.


El rey vencido, tuvo un gran recibimiento en Madrid y en todos los pueblos y ciudades por donde fue pasando hasta su llegada a la Villa. Se le trató como un gran invitado y fue tratado siempre con gran respeto por sus anfitriones.
Incluso cuentan que el rey francés nunca quiso hacer una reverencia al español por orgullo y Carlos V mandó construir la puerta de pequeña altura a la entrada de la Torre, para que el rey de Francia, el que era bastante alto, tuviera que inclinarse al entrar.
El rey Carlos, entró primero, con lo cual, al entrar el francés inclinándose por la puerta, habría sucumbido al español. Pero el francés fue más listo y en el momento de entrar, por supuesto que tuvo que inclinarse, pero se dio la vuelta y entró de espaldas. Parece que esto le hizo gracia al español que se reía cada vez que recordaba la anécdota, o por lo menos, eso cuenta una de las leyendas. Así que será mejor no investigar en qué año se puede fechar la bonita puerta de herradura de estilo árabe que se encuentra en la Torre por la calle del Codo y por donde supuestamente entró el rey francés, no vaya a ser que tiremos por tierra esa curiosa anécdota entre Reyes.

Puerta en la Torre de Lujanes en la calle del Codo


En 1857 se acuerda una restauración de conservación de la Casa y el resultado fue un auténtico atentado al edificio. Se cubrió toda de revoco y se puso un almenado que se sacaron de la manga, en los altos de la Casa y de la Torre. Esto se ha solucionado en el siglo XX, aunque han desaparecido algunos elementos originales.


Aspecto en el siglo XIX


En el siglo XXI


La puerta de granito de la Casa, se salvó de aquella restauración y ha llegado hasta nosotros en perfectas condiciones, aunque yo no veo el gótico que dicen todos los libros por ninguna parte, eso sí, la puerta es muy bonita y original. Pero dejemos eso para cuando llegue su artículo cuando visitemos su interior.







viernes, 14 de enero de 2011

La sombra blanca del faraón



Era una noche cerrada del 21 de diciembre del año 2009, justo la noche que tanto nevó en la ciudad de Madrid. Yo sabía que nevaría esa noche, pues todos los medios de comunicación lo habían avanzado ya. Alerta en Madrid por bajas temperaturas, alerta por nevadas de 12 centímetros, todas las máquinas quitanieves preparadas y activado el nivel 1 de emergencia en la capital. Era la noche idea para salir con mi cámara a captar la nevada. En ningún momento pensé a donde ir, no se me había ocurrido el lugar donde acudir, pensé que cualquier lugar que tuviera árboles y césped, un parque quizás, pero cual?, el Retiro lo cierran de noche y a la Casa de Campo no se me ocurre ir a esas horas. Sin saber motivo alguno, cuando me quise dar cuenta, había llegado al Parque del Oeste y estaba frente al Templo de Debod. No era muy tarde y andaba alguna que otra pareja y algún que otro corredor nocturno.
Miraba hacia el cielo y estaba perfecto, gris blanquecino y totalmente cubierto, pero no caía nada. Me dispuse a pasear un rato. A pesar de llevar gorro, guantes y una bufanda, se me estaban congelando las orejas y la nariz. Así que me tapé bien con el gorro las orejas y subí mi bufanda hasta los ojos. Cada vez anochecía más y volvía a tener frío en la nariz, ya al fumarme un cigarrillo volví a dejar la bufanda a la altura del cuello. De pronto me paré frente al Templo, he estado tantas veces que no me había dado cuenta, estaba precioso. Su silueta se reflejaba en el agua del estanque y los focos que le ilumina perfilaba su estructura perfecta en el telón oscuro de la noche. Cogí mi cámara y me agaché junto al borde del estanque, ajusté mi cámara y le hice una foto que es la que he puesto siempre que hablo de él. Estuve así durante algunos minutos, enfocaba, ajustaba y disparaba. En ese instante me di cuenta que ya no tenía frío, estaba ardiendo y me sobraba el gorro y la bufanda, tampoco me di cuenta que ya estaban cayendo copos lentamente y estaba bajo una cortina de nieve que caía pausadamente a mi alrededor. Me da mucha rabia la nieve cuando se te mete por el cuello y me dispuse a ponerme bien la bufanda y extender la capucha de mi cazadora por encima del gorro que llevaba. Me dio miedo que se mojara el objetivo de la cámara y me puse a taparla y guardarla. Una vez hecho todo esto, me quedé de pie mirando a mi alrededor, estaba solo, no había ni un alma, ninguna pareja, nadie con su perro, nadie corriendo. Me he quedado solo, pensé. No me extraña, con esta nevada se ha ido todo el mundo y yo voy a cogerme una pulmonía. Algo me hizo mirar al Templo de nuevo y algo me extrañó... Que raro... no había vigilante alguno en la puerta. Otras veces que he estado haciendo fotos, luego he tenido que utilizar el photoshop para quitar la figura del vigilante de la puerta. Me quedé mirando fijamente porque noté algo raro. Una especie de humo blanquecino salía de la puerta muy lentamente, un humo que parecía que pesara, ya que iba hacia el suelo y parecía arrastrarse hacia adelante poco a poco. Que pasará, me pregunté. Se estará quemando algo dentro?, y si el vigilante está en apuros y por eso no está, o lo que es peor, y si no hay nadie y se quema el Templo?, no, no puede ser, es de piedra y no hay olor a quemado. El humo continuaba avanzando hacia las dos puertas que complementan el monumento, es como si siguiera un camino, sin elevarse hacia el cielo, a ras del suelo. Estaba petrificado, me dí cuenta que llevaba un rato parado si dar ni un paso y me moría de calor. Volví a mirar a mi alrededor, no sabía que hacer, cuando de pronto... volví a fijar la mirada en el templo y todo el centro del estanque se había convertido en una especie de manto de humo que andaba desde el Templo atravesando las dos puertas egipcias. No podía andar, me había quedado como clavado en el suelo. El humo empezaba a avanzar en mi dirección. Saqué la cámara de nuevo y saqué una fotografía, pero según la hice y miré a la pantalla, solo se veía el Templo como siempre, ni rastro de humo. En ese momento se apagaron las luces del templo y todo quedó a oscuras. Utilicé mi cámara de nuevo, esta vez con flash, pero salía todo negro. En ese momento nevaba mucho, y a pesar de tener calor, tenía las manos congeladas y me dispuse a guardar la cámara y salir pitando de allí, pero antes quería hacer más fotos y saqué la cámara otra vez. Disparaba y disparaba, ya ni enfocaba, aunque luego cuando saqué la tarjeta en mi casa no había salido ninguna foto. Solo una, la que saqué con flash antes de que se apagaran las luces y cuando el humo andaba tímidamente entre las puertas.





Una vez más miré hacia atrás, pero no veía nada. Así que seguí mi camino con pasos firmes pero lentos. Fue entonces cuando oí aquél ruido, como cuando arrastras un hierro por el asfalto, no sé, algo metálico y seco, y entonces sucedió lo único que me asustó. Mi nombre, alguien pronunció mi nombre y sonó en todo el parque.
!Bélok!, una voz grave estaba diciendo mi nombre. Me dí media vuelta de nuevo y me quedé horrorizado, el Templo estaba de nuevo iluminado, pero no con la luz habitual de los focos, no, era un color que provenía del humo, todo se había vuelto gris, como cuando te metes en un banco de niebla, pero con mucha luz. Ahora no veía nada a mi alrededor, solo veía el Templo, lo demás era todo gris y oscuro, muy oscuro. Me moría de miedo, pensaba que estaba soñando y que me despertaría en cualquier momento y sabía también que nadie me creería si contaba lo que estaba viendo. Entonces le vi, caminaba hacia mí desde el medio del estanque. Llevaba un traje azul con rayas doradas, algo que le cubría la cabeza y una especie de bastón en la mano. Estaba aterrado, no se hundía en el agua, era como si levitara o caminara sobre ella. Medía más de dos metros y la luz que le rodeaba era dorada y deslumbrante. Volvió a decir mi nombre, pero esta vez mi nombre de pila, mi nombre verdadero. Yo no sabía que hacer ni que decir. Estaba a menos de cinco metros de mí y avanzaba muy despacio. Según se acercaba, yo daba un paso hacia atrás. Me daba miedo, no veía nada más que oscuridad detrás de mí y no sabía que podía pisar, pero tampoco apartaba mi mirada de él. Una vez que le tuve junto a mí, levantó su mano y me la puso en el hombro. Llevaba un enorme anillo del que todavía siento su frialdad sobre mi cuello. Entonces me habló, con voz grave y rotunda...
-¿No te han dicho que aquí no se puede hacer fotos?
Coño!!, Hay acaso algún papiro en la entrada que diga que está prohibido hacer fotos?. ¿Es que la restauración de tu casa no la hemos pagado entre todos?, ¿es que la luz que ilumina tu templo no hay que pagarla?.
Desde entonces sé que la prohibición de hacer fotos a los templos, viene de la época de los egipcios.

martes, 9 de noviembre de 2010

La Virgen de la Almudena, patrona de Madrid



La imagen de la Virgen de la Almudena, es la patrona de Madrid y se encuentra en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, en un retablo del siglo XV pintado por Juan de Borgoña, que compone un altar gótico, en el que en la parte inferior se encuentra la tumba de la Reina doña María de las Mercedes de Orleans, y en la parte superior se encuentra la talla del siglo XVI de la Virgen. El Altar de la Almudena se encuentra en un lateral del crucero de la catedral, al cual se accede por dos escaleras con barandilla de bronce.





Cuenta la leyenda que la trajo a España el Apóstol Santiago y por ser la única imagen que tenían en Madrid de la Madre de Dios, se veneró desde entonces como la patrona de la ciudad, llamándose "la Virgen de la Villa". Más tarde se levantó una pequeña iglesia en la Vega, cerca de la Cuesta de la Vega y de la fortaleza de almudayna, donde se siguió venerando esa imagen, conociéndose desde entonces como "Santa María de la Vega" y también como "Concepción Admirable". En el año 712, los madrileños escondieron la imagen dentro de un nicho en el muro de la muralla árabe ante la invasión que se aproximaba de los musulmanes. Años más tardes, en el 916, la iglesia de Santa María se convertiría en mezquita por los árabes. En 1083, Alfonso VI conquista Magerit y tras enterarse que los habitantes de la ciudad estaban buscando la imagen desaparecida, jura buscar la imagen de la Virgen escondida a su regreso, si conseguía conquistar Toledo. Mientras, ordena pintar una imagen para que se pudiera venerar en la iglesia de Santa María, la antigua mezquita que convirtió al cristianismo, en ausencia de la patrona, este cuadro que se pintó es el de la Virgen de la Flor de Lis, del siglo XIII y que se encuentra actualmente en la Cripta de la Catedral. Efectivamente, a su regreso de la conquista de Toledo, Alfonso VI estaba dispuesto a cumplir su promesa, pero por más empeño que puso y más recursos que gastó, no fue posible encontrar la imagen. Fue entonces cuando recurrió a la plegaria y convocó una gran procesión que junto al arzobispo de Toledo, él mismo encabezó. Acudió toda la nobleza, el clero, el mismísimo Cid Campeador, el ejército y el pueblo.


talla de la Virgen de la Almudena, del siglo XVI




Es 9 de Noviembre de 1085 y la procesión transcurre por la almudayna, el recinto amurallado de la fortaleza de Madrid, y al pasar por el nicho donde estaba escondida la imagen de la Virgen, cayeron unas piedras, apareciendo entonces la imagen de la Virgen con los dos cirios encendidos con los que fue tapiada hacía tantos siglos. La Virgen fue llevada a la cristianizada iglesia de Santa María y puesta en el Altar Mayor. Pero desde ese momento los madrileños la bautizaron con el nombre del sitio donde se descubrió de nuevo a la Virgen, la almudayna. Alfonso VI añade el título de realeza y desde ese momento hasta nuestros días, la iglesia sería Santa María la Real de la Almudena, donde se venerará a la patrona de Madrid. El mismo nombre que tiene hoy en día la actual.
Pero la imagen que se encontró escondida en el muro de la muralla, no es la que conocemos en la actualidad. La auténtica imagen que había traído el Apóstol Santiago, se quemó en algún momento del reinado de Enrique IV y se repuso con otra imagen en el siglo XVI, que es la que conocemos actualmente.

Hoy en día, se encuentra una imagen en piedra que recuerda el sitio donde apareció la Virgen de la Almudena escondida en la muralla, aunque ahora mismo, por las obras que se acometen para la construcción del Museo de las Colecciones Reales, la imagen está temporalmente entre unas rejas a uno de los lados de la entrada a la Cripta.






Aparte de la réplica exacta que se encuentra en el Altar Mayor de la Cripta, hay otras réplicas con otros tamaños en dos capillas de la Cripta y varias imágenes que se utilizan para ofrendas en la Plaza de la Catedral y para la procesión del día 9 de Noviembre, ya que la auténtica talla de la imagen no se saca en dicha procesión, para mantenerla a salvo. También es conocida como "La Morenita" por el tono oscuro que tiene la imagen por tratarse de madera de pino de Soria, color avellana, oscurecido por el tiempo.

Réplica de la Virgen que preside el altar mayor de la Cripta, obra de 1948



Realmente no sabemos nada de la verdadera historia de la talla, ya que el fervor cristiano, se las ingenia para que siempre las imágenes de las Vírgenes sean encontradas en cuevas, grutas y otros sitios. Pero lo que sabemos con exactitud después de los análisis científicos que ha tenido la imagen, es que data del siglo XVI y que anteriormente existió otra imagen que nunca más volvió a ver nadie y que según algunos, se quemó hace algunos siglos. También hay otras leyendas que implican el descubrimiento de la Virgen en la muralla con el Cid Campeador, que viniendo de Toledo con varios Caballeros, se encontró con un leproso que había caído en una zanja. Al ayudarle a salir de la zanja, el leproso se convirtió en una figura femenina que le comunicó que tomaría Madrid y que ganaría batallas hasta después de muerto. La mujer le dijo por donde tenía que entrar a Madrid para su conquista y luego desapareció. El Cid se dispuso a ir al sitio que le dijo la Virgen en su aparición, y allí fue donde después de caerse un trozo de muro en las viejas murallas, apareció la imagen de la Virgen y desde allí entraron a la ciudad, donde tomaron Magerit por sorpresa. Quién sabe, quizás algún día caigan unas piedras de algún muro y aparezca la verdadera imagen de la Almudena.

Más información en el artículo sobre la Cripta de la Catedral de la Almudena

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Boccherini: Música clásica en Madrid



1768 fue un año en el que la corte iba de un lado para otro. En invierno se instaló en El Pardo, en primavera, en el Palacio de Aranjuez, en otoño viajó hasta el Escorial y en el invierno siguiente volvió la corte a Madrid. Esos desplazamiento suponían un despliegue enorme de gente de aquí para allá. La servidumbre, políticos, ayudantes de cámara y auxiliares, músicos con sus orquestas, vamos, una nutrida masa humana de un sitio para otro. Fue justo en primavera cuando Luigi Boccherini debutó como solista al violín en Aranjuéz, con la ópera "L'Almeria". Carlos III era el rey de España y el futuro príncipe heredero, Carlos IV.
Inmediatamente después, Boccherini escribió el Concierto, Op 7, para ser interpretado en el Teatro de los Caños del Peral, actual Teatro Real.
Luigi Boccherini nació en Lucca (Italia), al igual que Puccini. Pero en 1769 se instaló en Madrid y llegó a ser violonchelista y compositor de la capilla de música del Infante de España Luis Antonio de Borbón y Farnesio, que era el hermano de Carlos III. Se trasladó al Palacio del Infante en Boadilla del Monte, donde vivió durante años. Un día el Infante le llevó en presencia del Príncipe Carlos IV para que interpretara ante él, sus nuevos quintetos. El primer solista al violín era el propio Príncipe, el que tenía en su parte de partitura para interpretar una melodía sencilla y monótona, "do, si, do, si", vamos, un acompañamiento sencillito. El Príncipe se levantó gritando !Ésto es detestable!, a lo que Boccherini contestó que oyera el resto de instrumentos como se iban mezclando formando un diálogo. El Príncipe insistió que era música de principiante, a lo que el músico le increpó diciendo que para poder decir lo que estaba diciendo, primero debía entender de música. Carlos IV echó al músico del Palacio y Boccherini no volvió a pisar nunca más el Palacio Real.



Luego vivió un periodo corto de tiempo en Cadarso de los Vidrios de donde echaron a pedradas los habitantes del pueblo al Infante por lo mal que los trataron y de allí se fueron a Arenas de San Pedro. Allí compondría muchas de sus mejores y famosas obras, entre ellas, la Ritirata notturna di Madrid y conocería a Goya cuando trabajó como pintor de cámara para el Infante.

L. Berio
4 versiones de la Ritirata notturna di Madrid de Boccherini

Teatro Monumental de Madrid (Concierto voces para la paz 2005)
Jesús López Cobos







En 1785 muere el Infante y nuestro músico acude a Carlos III para pedir ayuda. El Rey le concede una pensión de 12.000 reales que cobraría puntualmente hasta el día de su muerte. También escribe al Príncipe Federico Guillermo de Prusia para ofrecerle sus servicios. El príncipe le contesta nombrándole compositor de cámara con la obligación de mandarle un determinado número de obras al año. En 1786 Boccherini es nombrado director de la orquesta de Maria Josefa de la Soledad, condesa de Benavente y duquesa de Osuna, la que ya había acogido también a Goya. La condesa vivía en el Palacio de El Capricho en la Alameda de Osuna. La rivalidad entre duquesa de Osuna y la duquesa de Alba, hizo que el director de la orquesta de la duquesa de Alba y Boccherini estuvieran enfrentados continuamente. Boccherini compone la ópera "La Clementina" y la condesa contrata para el libreto al poeta Ramón de la Cruz. La representación tuvo tal éxito en la Corte de Madrid, que el estatus de la condesa quedó muy por encima del de su prima la duquesa de Alba, y la fama de Boccherini y Ramón de la Cruz corrió por todo Madrid. Estaba en la cúspide de su fama, que se extendió por todo Europa, de tal forma que muchos instrumentistas vinieron a Madrid para conocer y oír al músico.
Boccherini se trasladó a un piso en la calle de la Madera Alta, número 18. Luego vendrían tiempos peores, en los que se trasladó a la calle Prado. Murió el príncipe de Prusia y se quedó solo con la pensión de Carlos III y siguieron llegando los problemas hasta casi vivir en la indigencia. Ya estando muy enfermo, y después de haberse trasladado de nuevo a la calle Jesús y María, en donde vivirían en una habitación, también moriría su hija y después su esposa. Más tarde, el 28 de mayo de 1805, después de una complicación pulmonar, moría Boccherini.


Casa donde vivió Luidi Boccherini










Fue enterrado en la Iglesia de San Justo (hoy en día Basílica Pontificia de San Miguel), pero aunque los descendientes siguen viviendo en Madrid, Mussolini llevó los restos en 1927 a Lucca para ser enterrado en la Iglesia de San Francisco, en el panteón de hombres ilustres de la ciudad.

Sinfonia Op. 10/4 in D minor La casa del diavolo



La obra más famosa de Boccherini
Quinteto Op.11 No.5, Minueto

sábado, 23 de octubre de 2010

Las tumbas perdidas de nuestros hombres ilustres



Donde fueron a parar los huesos de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y Calderón?
Parece mentira que cuatro de los más grandes escritores de la literatura española, estén en paradero desconocido. Será que a los madrileños se nos pierden muy fácilmente las cosas? o que no tenemos cuidado con algo tan importante como los restos de nuestros grandes?. De una manera o de otra, el caso es que de ninguno de ellos sabemos el destino final de sus huesos.
Ya pasó con Velázquez, enterrado en la cripta de la iglesia de San Juan Bautista, muy cercana al Palacio Real. En 1811 fue derribada por orden de José Bonaparte, alias "Pepe Plazuelas", en su afán de tirarlo todo para abrir plazas. Hace unos años y aprovechando las obras de un parking subterráneo, la Comunidad de Madrid, junto a arqueólogos e historiadores con Gustavo Villapalos al frente, buscaron los restos del pintor sevillano en la Plaza de Ramales, el mismo sitio donde se encontraba la iglesia de San Juan. Durante meses se estuvo hablando sobre el tema mientras que los días iban pasando y los restos no aparecían. Velázquez que estaba enterrado junto a su mujer Juana Pacheco en 1606, nunca apareció.

Pero qué pasó con nuestros cuatro literatos madrileños más ilustres?...

·Miguel de Cervantes murió en su casa de la calle del León el 23 de abril de 1616, siendo enterrado en el convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso en la calle Cantarranas (hoy en día calle de Lope de Vega), al cual le llevaron sus hermanos de religión vestido con un hábito de San Francisco y a cara descubierta. Su propia hija Isabel profesaba en dicho convento, al igual que Marcela, otra hija de Lope de Vega. Unos años más tarde, con la reforma del convento y la nueva construcción de la iglesia y el claustro, en el traslado de los huesos, se perdió para siempre la pista del sitio exacto de su enterramiento. El propio José Bonaparte, el que hizo que se perdieran los restos de Velázquez, intentó en vano encontrar los huesos de Cervantes, pero la búsqueda no obtuvo éxito. Otro intento fue después de la guerra civil en los años cuarenta, cuando el académico Joaquín de Entrambasaguas, volvió a intentar recuperar los restos, tampoco tuvo éxito. Mientras... Cervantes donde esté, podrá escribir eso de... "en un lugar del convento, de cuyo sitio no puedo acordarme..."




·Lope de Vega, vecino de Cervantes y rivales a muerte, también fue llevado el día de su muerte al convento de las Trinitarias, pero en este caso era solo de paso. El cortejo fúnebre desvió su itinerario para que su hija Marcela, desde las rejas de la entrada de la iglesia pudiera despedirse de su padre. De allí siguió el cortejo hasta la cercana iglesia de San Sebastián, en donde recibió cristiana sepultura el Fénix de los ingenios. Lope de Vega fue enterrado bajo la protección del conde de Sessa, que pagó 700 reales a cuenta para sufragar el funeral y el entierro en 1635.
Pero el pago debió de ser insuficiente y como nadie se hizo cargo de la deuda, los huesos del literato fueron echados a un osario común en la iglesia o en el cementerio adjunto que se encontraba en lo que hoy es la esquina de calle San Sebastián y calle Huertas.
El destino quiso que los dos rivales que tanto se odiaban, y que vivieron tan cerca en vida, tuvieran mucho más en común después de muertos. La calle donde vivió y murió Lope de Vega, hoy en día se llama "calle de Cervantes" y en la que vivió y murió Cervantes, se llama "calle de Lope de Vega"... y los dos tenían una hija en el momento de su muerte en el convento de las Trinitarias. Los dos tuvieron el funeral en la iglesia de San Sebastián, los dos fueron a parar a tumbas desaparecidas para siempre (ironías del destino) y los dos seguirán juntos, en el largo caminar de los tiempos, con el mismo destino (perdón por la redundancia). Justo en la pequeña y corta calle, que une la que fue de uno y la que fue de otro, vivió Quevedo, qué pequeño es el mundo. Pero siempre nos quedará preguntar... ¿Quién enterró al escritor?, o era ¿Quién mató al comendador?...






·Calderón de la Barca, fue más viajero después de muerto que los anteriores. Murió en 1681 en su casa de la calle Mayor y fue enterrado en la capilla de San José de la antigua parroquia del Salvador en la misma calle Mayor, frente a la plaza de la Villa. En 1842, tras derruirse el templo por su amenaza de ruina, fue llevado su cadáver a la iglesia de San Nicolás. En 1869, fue trasladado a lo que iba a ser el Panteón de Hombres Ilustres de la ciudad, el cual no prosperó. En 1874 se volvió a trasladar su cuerpo a la sacramental de San Nicolás, sobre la actual calle de Méndez Alvaro, entre la glorieta de Atocha y el paseo de Pedro Bosch, inaugurando su cortejo el nuevo viaducto sobre la calle Segovia. Más tarde su cuerpo volvió a viajar desde el cementerio de San Nicolás, hasta el hospital de la Congregación de San Pedro de los Naturales de la calle Torrecilla del Leal, y, finalmente, desde allí, en 1902, a la nueva iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, en la calle de San Bernardo, iglesia que pertenece a la misma congregación. En este templo y durante algún tiempo, descansaron los huesos del insigne escritor, en un mausoleo, que consistía en una pilastra de mármol sobre la que se alzaba una arqueta del mismo material. En la guerra civil la iglesia fue incendiada y el templo quedó casi derruido, destruyéndose el mausoleo por completo. Así que durante años se dieron por perdidos los restos definitivamente. Pero hace unos años que un antiguo congregante, que fue testigo del traslado de los restos del escritor, desveló que los restos nunca se guardaron en la arqueta del mausoleo, porque el párroco decía que más que un sepulcro, era un monumento simbólico, y entonces los restos se guardaron en un nicho que se hizo en la pared. Desde entonces, el patronato de la institución, dentro de sus modestos recursos, realiza de vez en cuando pruebas de sondeos y calas, ya que el anciano murió sin desvelar en qué pared estaba el nicho. Así que en la Congregación de San Pedro Apóstol, tendremos puestas las esperanzas de que algún día se encuentre el nicho del literato y que en esta iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, se pueda poner una lápida que rece "Aquí yace POR FIN, Calderón de la Barca", o quizás quede en un sueño, y ya se sabe que... los sueños, sueños son.





·Francisco de Quevedo, eterno rival de Góngora, murió en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) en 1645, con 64 años de edad. En su testamento, Quevedo dejó bien clarito que le enterraran en "depósito", es decir... provisionalmente, en la Capilla mayor de la iglesia del convento de Santo Domingo de esta villa (refiriéndose a Villanueva de los Infantes), incluso dice el sitio exacto de la capilla en que tienen que hacerlo, hasta que sea posible el traslado al convento de Santo Domingo el Real de Madrid, donde se encontraba la tumba de su hermana Margarita. Sin embargo los vivos no hicieron ni caso y fue enterrado en una capilla que pertenecía a la familia Bustos de la Parroquia de San Andrés en la misma Villa. Al poco tiempo su tumba fue profanada para quitarle unas espuelas doradas con las que había sido enterrado. De aquí sale una leyenda de que el profanador fue un rejoneador, y que murió por las astas de un toro mientras llevaba las espuelas puestas. Pasaba el tiempo y por más que insistieron los dominicos de Santo Domingo en Madrid, el párroco de San Andrés no quiso deshacerse de los huesos, hasta que en el siglo XIX una orden gubernamental obliga a que se trasladen los huesos al fracasado Panteón de Hombres Ilustres de San Francisco el Grande en Madrid. Pero los huesos que mandaron desde Villanueva de los Infantes no correspondían a Quevedo, entre otras cosas, porque la calavera pertenecía a una mujer joven y por si hubiera duda, dicha calavera conservaba enteras las piezas dentales, cuando Quevedo murió totalmente desdentado. Después de más de 200 años, la cripta donde fue enterrado Quevedo y que pertenecía a una noble familia, con el paso del tiempo pasó a propiedad de la iglesia, que a su vez, hacía otros enterramientos en la cripta, con lo cual, había tal follón de huesos, que dar con los de Quevedo, era como encontrar una aguja en un pajar. Tras el fracaso del Panteón de Hombres Ilustres que no llegó a prosperar, los restos volvieron a Villanueva donde fueron enterrados en la ermita del Cristo de Jamila, donde una lápida indica que es apócrifa, es decir, que no se sabe a ciencia cierta quién está enterrado, porque bien sabían allí que ese muerto no era el literato. En el año 2007, un equipo de once investigadores de la Escuela de Medicina Legal de la Universidad Complutense de Madrid, se traslada a Villanueva de los Infantes a petición del Ayuntamiento de dicha Villa, para proceder al reconocimiento de los huesos de Quevedo. Entre casi 200 cadáveres que permanecían en la cripta donde "supuestamente" se encontraba el escritor, tras un largo, minucioso y exhaustivo trabajo de investigación, se han recuperado al parecer, entre más de cuarenta mil huesos, que es la suma de multiplicar doscientas personas por 204 huesos cada uno..., 10 huesos que podrían pertenecer al insigne madrileño. Una clavícula, seis vértebras, un húmero y dos fémures, fueron lo que al parecer, podrían pertenecer a los restos buscados, El cráneo ha sido imposible encontrarlo. Sabiendo que Quevedo tenía casi 65 años en el momento de su muerte, fue cuestión de ir simplificando los huesos que pertenecían a mujeres, niños o ancianos y de los huesos que quedaron, que imagino que seguirían siendo miles... sabiendo que Quevedo era cojo, se buscó un fémur que tuviera una lesión. Una vez que se encontró un fémur derecho que tenía esa torsión, fue cuestión de buscar y encontrar la pareja de ese fémur y los huesos que pertenecieran a ellos. No se ha podido utilizar la prueba de ADN por no tener muestras de ningún antepasado, ya que la hermana que estaba enterrada en el convento de Santo Domingo el Real de Madrid, compartió el mismo destino que corrió el hermano, porque dicho convento también desapareció con la piqueta. En resumen... que la única prueba que se tuvo para identificar los restos de Quevedo, fue por un fémur que se sabe que perteneció a un cojo enterrado en dicha parroquia. Y digo yo... y si hubiera más cojos en Villanueva de los Infantes enterrados entre esos cientos de cadáveres en dicha cripta???. Es suficiente prueba encontrar un fémur de un cojo para asegurar que se ha encontrado a Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas??? En fin... cada uno que saque su propia conclusión.

El caso es que por una cosas u otras... nuestros más ilustres madrileños del siglo de oro español, siguen en sus tumbas perdidas, que como ya dijo Quevedo, "polvo serán, mas polvo enamorado", aunque no hay que preocuparse demasiado, ya que nuestra ciudad tiene comunicación directa con el más allá, y es que ya se sabe que "De Madrid ... al cielo".

miércoles, 25 de agosto de 2010

Iglesia del convento de San Plácido: Las monjas poseídas por el diablo



La iglesia ha llegado a nosotros en un perfecto estado de conservación de todas las de su tiempo, podríamos decir que la mejor de Madrid. El estilo es una transición de la última etapa del renacimiento (más bien herreriano), al barroco del siglo XVII.
El monasterio de benedictinas de San Plácido fue fundado en 1623 por la gran dama doña Teresa Valle de la Cerda y Alvarado, que había renunciado a su matrimonio con el poderoso caballero don Jerónimo de Villanueva para ingresar en el convento, siendo nombrada priora y siendo nombrado patrono de la fundación el despechado que no llegó a ser su esposo, que era ministro de Felipe IV. Quedaos con los nombres de estos dos nobles, porque vamos a hablar mucho de ellos.
El templo tuvo como arquitecto al madrileño fray Lorenzo de San Nicolás entre 1655 y 1658. Fue fundado como Monasterio de la Encarnación Benita, de religiosas del orden de San Benito, aunque se le conoció siempre como San Plácido por estar anejo al de San Martín, en donde se veneraba a dicho santo.

El edificio al principio, era una de las casas de Jerónimo de Villanueva, que dejó para su fundación en la calle de San Roque y como su querida amante había ingresado en el convento, mandó construir un caserón pegado al monasterio para así poder vivir cerca de su amada e incluso se excavó un pasadizo que unía la casa con el convento por el cual llegaría a atravesar el mismísimo rey Felipe IV, pero de eso hablaremos dentro de un rato, así que vayamos por partes y nos situaremos cuatro años después de la fundación del convento.

Juan Francisco García Calderón, un fraile benedictino, fue nombrado confesor de las monjas en San Plácido y al poco tiempo una de las monjas pareció que se volvió loca. La monja chillaba y actuaba como poseída, soltando palabras indecorosas (vamos... que soltaría un sin fin de tacos y palabras mal sonantes) y actuando como si dentro de su cuerpo estuviese el mismísimo diablo. El confesor sentenció que estaba posesa por el maligno y le sometió a un exorcismo para sacar los demonios de su cuerpo. A los pocos días otra monja entró en el mismo estado y otra vez fray Francisco tuvo que exorcisar a la nueva poseída. Así pasó una y otra vez con 26 de las 30 monjas que habitaban el convento, incluso la priora fue de las primeras en caer, nuestra fundadora doña Teresa Valle. y pronto no se hablaba de otra cosa en Madrid.
Muchos vecinos comentaban haber visto a las monjas retorcerse por el suelo a la vez que soltaban blasfemias, gritos desgarradores, los ojos fuera de sí y en poco tiempo, era sabido por toda la Corte.
Solo se salvaron cuatro de las monjas, casualmente por ser las de más avanzada edad o ser las menos favorecidas de atractivo físico, vamos... en una palabra, que se salvaron las viejas y las feas del ataque de Lucifer. Resulta que les había convencido a todas de que la mejor forma de sacar al diablo de sus cuerpos era teniendo relaciones carnales con él y claro... en vista de los polvazos que echaría, todas se sintieron poseídas con tal de probar el exorcismo y el confesor acabó por traginarse a todas las monjas, una tras otra, con ayuda de otro confesor, Alonso de León, que también le ayudaba en sus faenas y que fue parte acusatoria en el proceso que se le avecinaba a García Calderón. Pero mientras todo esto pasaba entre el confesor y las monjas, por el pasadizo secreto se infiltraban a menudo tres nobles también al convento: El Duque de Olivares, el patrón y despechado Jerónimo de Villanueva y el mismísimo Felipe IV. Desde luego que el convento de San Plácido se había convertido en escenario de las mejores orgías que se podían organizar en el Madrid de aquella época y de todos era sabido que el rey Felipe IV se había pasado por la piedra a medio Madrid y las grandes noches de sexo en el convento no iba a ser una excepción para el monarca.
En vista de lo ocurrido en San Plácido, tomó cartas en el asunto el Santo Oficio, deteniendo al confesor y a las monjas involucradas, incluida la priora, llevándoles a todos a la cárcel secreta de la Santa Inquisición en Toledo. Allí estuvieron durante dos años en que se dictó el fallo del juicio y condenando a fray Francisco García Calderón, de pertenecer a la secta de los alumbrados y por eso su condena fue reclusión perpetua, sin poder ejercer ningún cargo, con pan y agua tres días a la semana y otras medidas disciplinarias, acabaría sus días en dicha prisión. A doña Teresa Valle de la Cerda, la condena fue de cuatro años recluida en el convento de Santo Domingo en Toledo, que una vez pasados los cuatro años y arrepentida de sus pecados, y gracias a sus poderosas influencias, se le permitió volver a San Plácido para seguir ejerciendo su cargo. Las demás monjas fueron esparcidas por distintos conventos para que no volviesen a caer en las garras del maligno. Muchas de ellas volvieron de nuevo a San Plácido. Al fin y al cabo, tuvieron suerte y se salvaron de la hoguera. Y es que debemos tener en cuenta, ya con la mirada vista en nuestra época, que las monjas de San Plácido, eran muy jóvenes, demasiado jóvenes cuando ingresaban en la orden, y por mucho que se hubieran prometido matrimonio con Dios, no dejaban de ser adolescentes en la época de su vida en que la sexualidad aflora de una forma natural en sus cuerpos jóvenes y para colmo, el confesor y consejero de las monjas, debió de ser, lo que hoy llamaríamos... un chulazo de escándalo. Visto esto, lo demás es fácil de imaginar, y es que cuando uno está caliente... es muy difícil apagar la necesidad sexual.
Pero esto no queda aquí y unos años después, el convento de San Plácido vuelve a estar en boca de toda la Corte...

En las reuniones que mantenía Jerónimo de Villanueva en su casa con el Duque de Olivares y el rey Felipe IV (a lo que hoy podíamos llamar una reunión de amiguetes que quedan para ligotear por ahí) llegaron las noticias de una nueva monja que había ingresado en el convento. Se trataba de Margarita de la Cruz, una joven preciosa, con cabellos rubios y una cara virginal asombrosa, lo que hizo que el rey quisiera conocerla enseguida. Disfrazado el rey, fue al encuentro de la nueva religiosa...
El rey una vez conoció a la monja, se prendó locamente de ella y todas las noches iba hasta el convento para mantener largas horas de charla con ella. Pero el rey ya no aguantaba más charlas y el siguiente paso (evidentemente), era acostarse con ella, con lo cual la siguiente cita sería a través del pasadizo que unía la cueva de la casa de Villanueva con una bóveda del convento donde se guardaba el carbón, para así, poder llegar a sus aposentos. La abadesa Teresa, aprovechando su antigua relación con el noble y frustrado esposo, intentó persuadirlos de su aventura, pero tanto el Duque de Olivares como Jerónimo de Villanueva, le dijeron que eran órdenes del rey y que debía acatarlas, con lo cual, la abadesa ideó un plan...
Cuando los tres amigos pasaron el pasadizo la noche de marras, el primero en llegar a las estancias del convento fue Villanueva, que se encontró con lo que había ideado doña Teresa para hacer desistir al rey y salvar a Margarita.
La hermosa novicia yacía tumbada en un armazón de madera cubierto de paños fúnebres negros, con un crucifijo en la cabecera y cuatro cirios encendidos en las cuatro esquinas. Entre los cirios, un ataúd blanco rodeado de flores en donde se encontraba Margarita muerta, con su pálida carita de ángel y tan bella como si estuviera viva. Villanueva retrocedió y corrió a dar la noticia al rey, que cayó desmayado y hubo que llevarle a escondidas en una carroza hasta el Palacio del Buen Retiro donde tuvieron que asistirle. Otra vez tuvo que intervenir el Santo Oficio, que siendo inquisidor mayor fray Antonio de Sotomayor, arzobispo de Damasco y confesor particular del rey, tuvo que hablar muy seriamente con Felipe, el cual le prometió que no volvería a ocurrir nunca más algo parecido.
Pero Felipe IV, cuando se enteró del engaño, mandó pintar un cristo crucificado a su pintor de Corte para donar al convento por su arrepentimiento, pero en contraposición al buen acto de la donación del cuadro, mandó también un reloj que fue instalado en la torre por orden del monarca. El cuadro del cristo crucificado es el famoso cristo de Velázquez y el reloj tocaba las campanadas a difuntos en honor de la "fallecida" monja, y así estuvo tocando todas las noches, cada hora durante años, hasta el día que murió de verdad Margarita, momento en que misteriosamente no volvió a sonar más. Jerónimo de Villanueva, Caballero de la Orden de Calatrava, Comendador de Villafranca y Santibáñez, Consejero del Consejo de Aragón, Consejero de Guerra y Cruzada, Consejero de Indias, Protonotario del Consejo de Aragón, Consejero y partidario del Duque de Olivares y amigo íntimo de rey, una vez destituido el Duque y de llegar a ser el enemigo más odiado en Cataluña por ser el culpable del fracaso en política del rey, fue detenido por los hechos acontecidos en el convento de San Plácido y condenado a reclusión en la cárcel, pero gracias a su hermano que era el Justicia Mayor de Aragón, fue sacado de la cárcel y una vez libre se fue a vivir a Zaragoza, no pisando Castilla nunca mas. Allí moriría en 1645 a los 58 años de edad. De doña Teresa Valle, perdemos el rastro en la clausura de San Plácido pasando el resto de su vida allí. Yo no sé donde murió y donde fue enterrada.

Una vez vistos los acontecimientos que ocurrieron, vamos a saber un poco más del tema que nos lleva. El convento de San Plácido y su iglesia.
El antiguo convento donde pasó todo lo que hemos relatado, desapareció y en 1903 después de que las últimas monjas se trasladaran a las Salesas Reales, se demolieron distintas dependencias que se encontraban en ruinas, perdiéndose para siempre una capilla con frescos de Ricci y la Sacristía donde se encontraban dos cuadros de Velázquez, el Cristo y una última cena que al día de hoy nadie sabe donde está. En la parte que da a la calle del pez, se construyó un cine que acabó en un incendio y en 1912 fue reconstruido el convento nuevamente, intentando que se pareciese lo más posible a la antigua casa de Villanueva donde se fundó el monasterio, por el arquitecto Rafaél Martínez Zapatero, siendo declarado en 1943 Monumento Nacional, y no me extraña, pues veamos que nos encontramos dentro de su iglesia, que sí ha llegado hasta nuestros días.

Convento de las Benedictinas de San Plácido




La fachada del convento que da a la calle de San Roque, es una fachada austera, lineal, sin ningún ornamento, solo rota por la puerta de entrada a la iglesia y las rejas forjadas de sus ventanas. Encima del dintel de la puerta, se encuentra un relieve que representa La Anunciación, obra de Manuel Pereira, el elegante escultor portugués que desempeñó casi toda su obra en Madrid. Existía otro relieve en otra puerta que daba a la calle del Pez y que fue demolida con el convento en 1908. También está en la fachada de la calle San Roque dentro de un nicho, una imagen de San Benito, cubierta en la actualidad por unas rejas, obra también de Pereira.

Puerta de acceso a la iglesia con el relieve de Pereira y los escudos




Rejas forjadas en las ventanas del convento



Fachada en la calle de San Roque (a la izquierda de la foto)




Relieve de la Anunciación encima de la puerta, obra de Manuel Pereira




San Benito dentro de un nicho en la fachada, resguardado con rejas, obra de Pereira










Una vez que entramos a la iglesia, podemos ver cuatro magníficos retablos. El del altar mayor que nos dejará sin aliento, dos a ambos lados de la nave y uno en la Capilla de la Inmaculada. Todos ellos pertenecen a los hermanos Pedro y José de la Torre, unos magníficos escultores y arquitectos de la época, siendo Pedro el primer arquitecto que usó en los retablos barrocos las columnas salomónicas. En el retablo de la izquierda, contiene en su centro un lienzo de San Benito y su hermana Santa Escolástica, pintado por Claudio Coello, donde predomina el negro de los hábitos que ocupan tres partes del cuadro, en contraposición del rico colorido de la parte superior que representa la Trinidad, todo un arte de Coello en jugar la luminosidad entre el oscuro y la luz. El resto del retablo se completa con otros cuantos lienzos con representaciones varias.

Retablo de Pedro de la Torre con el lienzo de Claudio Coello de San Benito y su hermana Santa Escolástica



El retablo de la derecha está dedicado a Santa Gertrudis, un lienzo con más color y belleza que el anterior, pero con menos expresividad del autor y el resto del retablo se completa con otros lienzos del mismo pintor.

Pero lleguemos al retablo del Altar Mayor, el que contiene la joya de la iglesia sin ninguna duda.

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Retablo barroco en el Altar Mayor de Pedro de la Torre con el Lienzo de 7 metros "El Misterio de la Encarnación", representando la Anunciación, obra maestra de Claudio Coello







Este retablo sirve de marco al gran lienzo de siete metros de Claudio Coello, "El Misterio de la Encarnación", con una técnica de color preciosa, representa la Anunciación. El retablo es monumental, con dos pares de columnas sujetas por una base ornamentada con motivos vegetales, caras de ángeles y filigranas. Entre las columnas las imágenes de San Benito y San Plácido, una a cada lado, también son obra de Pedro de la Torre. En la parte superior sigue la misma ornamentación de filigranas y cuatro angelitos, haciendo la forma de un arco de medio punto, para enmarcar el bellísimo cuadro de Coello que tiene esa forma y que encaja a la perfección en el marco barroco de Pedro de la Torre. Delante de todo ello, una gran Custodia, Camarín o ostensorio, con forma de cubo y coronada por una cúpula perfectamente ornamentada, da profundidad al Altar Mayor, haciendo del conjunto una obra irrepetible. Os aseguro que estar delante de este retablo es para sentarte y disfrutar del arte hasta extasiarte.



El Misterio de la Encarnación, de Claudio Coello, lienzo que preside el retablo del Altar Mayor








Otra vista del conjunto del retablo con el lienzo




La cúpula no tiene tambor, tiene forma de media naranja y sus frescos fueron pintados por Francisco Ricci, al igual que los pilares del crucero. La cúpula está dividida en ocho sectores decorados con las cruces de las Ordenes de Alcántara, San Juan, Calatrava, San Mauricio, Avis, San Esteban, Cristo y Montesa. Las pechinas están adornadas con grandes medallones con las figuras de cuatro Santas Benedictinas: Santa Juliana, Santa Francisca Romana, Santa Isabel Abadesa y Santa Hildegarda. También cuatro rectángulos que no se ven apenas en los pilares del crucero, que representan a San Ildefonso, San Anselmo, San Ruperto y San Bernardo, que son los mismos santos que representan las imágenes que se alojan en hornacinas de los pilares que esculpió Pereira.

Cúpula y pechinas pintadas por Francisco Ricci



A ambos lados del crucero se encuentran dos cuadros del siglo XVIII muy oscuros, Nuestra Señora de Atocha y la Virgen del Milagro, los dos obra de Meléndez, pero las fotos que hice salieron muy mal, muy oscuras y con el reflejo del flash, ya que no tenía luz suficiente para hacerlas de otra forma. Así que no os las puedo mostrar.

Otro de las grandes obras que atesora San Plácido, es el Cristo yacente de Gregorio Fernández, una verdadera joya del barroco que ha llegado hasta nosotros en perfecto estado de conservación. Una obra preciosa de la que puede enorgullecerse este convento.

Cristo Yacente, obra de Gregorio Fernández



Pero sin duda, la obra de mayor envergadura que estuvo en este convento, es el cuadro del Cristo de Velázquez, tal y como os conté antes. No hay documentación que demuestre si realmente fue regalado por Felipe IV o si fue Jerónimo de Villanueva el que lo mandó pintar, pero sea como fuese, el cuadro estuvo casi doscientos años en la Sacristía de la iglesia, hasta que por motivos que no están muy claros, acabó en poder de Manuel Godoy y más tarde fue a parar al Museo del Prado. Desde luego que debería de seguir en el convento para el que fue pintado, pero no seré yo el que ponga en un compromiso a los altos cargos de la pinacoteca para deshacerse de tan magnífica obra de arte. Ese cuadro oscuro y pintado a conciencia para las sombras de San Plácido, debería seguir en su lugar de origen.


Cristo de Velázquez, cuadro que estuvo en la Sacristía del convento durante casi 200 años





Mi visita a San Plácido ha sido en un día radiante de sol, con una luz extrema a las once de la mañana, sin embargo, una vez que crucé la puerta por debajo del relieve de Pereira que está encima del dintel, me introduje en una atmósfera impregnada de silencio, oscuridad y de paz. La iglesia a pesar de la luz que había en el exterior, permanecía en penumbra, más que en penumbra, en una perfecta oscuridad, y que solo pude empezar a ver, cuando se fueron encendiendo poco a poco las luces que alumbran el lienzo de Claudio Coello en una perfecta iluminación entre sombras, que hacen del cuadro, un espectáculo lleno de sensaciones que no olvidaré jamás.




miércoles, 11 de agosto de 2010

Calle del Toro



Muchas son las leyendas e historias que se cuentan de este estrecho callejón que va desde la plaza de la Morería, hasta la Costanilla de San Andrés. Un pequeño pasadizo en el que se cuenta que existía en tiempos, unas astas de toro colgadas de uno de los balcones de una casa. De aquí salen muchas leyendas: Cuentan que un rey moro organizó unos festejos de toros para conquistar el corazón de Zaida, una joven que vivía en el callejón. Pero el toro resultó más bravo de lo esperado y moro que atacaba con su lanza, moro que acababa en el suelo, hasta que llegó un cristiano caballero, joven y guapo (como siempre) y fue el que pudo matar al toro y resultó al quitarse la coraza del rostro que era el mismo Cid Campeador. Una vez acabados los festejos, el caballero se fue, y desde entonces, cada vez que Zaida suspiraba por su amor, las astas del toro que ella misma había ordenado disecar y que tenía colgadas en su balcón... mugían por su amor. Pronto se comprobó que lo que mugía era un niño que tocaba un cuerno y que también vivía en el mismo edificio. Muy bonitas las leyendas pero la verdad es que probablemente se llame del Toro, porque en la plaza del Alamillo se lidiaban toros en aquella época y al ser un callejón tan estrecho, seguramente algún toro se escapase por él y de ahí el nombre. Sea de donde sea, la verdad es que un encantador rincón de Madrid.



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vista desde la Morería

jueves, 5 de agosto de 2010

El árbol más viejo de Madrid



No tiene nada que ver con la familia de los cipreses, pero se le llama el "Ciprés Calvo". Este árbol es el más antiguo que se encuentra en Madrid y está en el Parque del Retiro. Va camino de los cuatrocientos años y cuentan que sirvió para que los franceses en su invasión a Madrid, se guardaran en sus ramajes, escondiendo allí los cañones con los que atacaban la ciudad. Sin duda alguna, es el árbol más valioso de la capital y fue traído según algunos, por Colón en su viaje a las Indias, otros que fue Cabeza de Vaca en uno de sus viajes a tierras exóticas y otros que incluso mantienen la leyenda de que era hijo del árbol donde lloró Hernán Cortés al perder no sé que batalla, pero la verdad es que no tenemos conocimiento exacto de su procedencia.
En aquella época en que estuvieron los franceses, el Retiro sufrió grandes daños por las tropas. Se talaron cientos de árboles, se abrieron zanjas en el suelo, se derrumbaron monumentos (no hay que olvidar que el árbol está en lo único que queda de los jardines de estilo francés del Palacio del Buen Retiro) y nuestro árbol tuvo la suerte de ser elegido por sus ramas ascendentes y frondosas, hecho también de que se le llame el árbol de los candelabros. Realmente es un Taxodium, otros le llaman ahuehuete (nombre original con el que le conocen los aztecas), aunque se le conoce por "Ciprés Calvo" por que en los países en donde habitan, no pierde la hoja, mientras que el del Retiro se ha acondicionado al clima de Madrid y cada otoño deja caer sus hojas que en esta época se vuelven rojas.
Cuando yo era muy joven, recuerdo que la persona que me lo enseñó por primera vez, me dijo: "ahí tienes el árbol más viejo de Madrid... un árbol prehistórico en el que algunos hechiceros se reunen por la noche para hacer sus conjuros". Yo recuerdo que me quedé con la palabra prehistórico y cada vez que lo veo desde entonces, no puedo evitar imaginarme a los dinosaurios comiendo las hojas de sus ramas. Y no sé que tendrá de cierto, pero el caso es que a principios de los años 90, después de encontrarse extrañas piedrecillas alineadas con formas extrañas y otras cosas raras, se decidió poner una reja alrededor de la base del tronco para protegerle de la cercanía de la gente y evitar los esporádicos rituales nocturnos.









Esta mañana me dí un paseo por el Parque y no pude evitar hacer unas fotos de este sobreviviente de hace casi cuatro siglos para que las veáis. Hay que decir que el árbol está en perfectas condiciones y esperemos que esté en la ciudad otros 1000 años más.




jueves, 25 de marzo de 2010

Plaza de la Villa



La Plaza de la Villa de Madrid, es uno de esos sitios en que nos podemos transportar en el tiempo, cuando la ciudad era Villa. Uno de los rincones más bellos de Madrid en el que los bellos edificios que la componen, muestran un conjunto arquitectónico sin igual en la ciudad. Su nombre viene del siglo XV, cuando Enrique IV de Castilla otorgó el título de Noble y Leal Villa a Madrid.
Veamos los edificios que componen la Plaza de la Villa, aunque cada uno de ellos tendrá un hueco en este blog en futuros artículos, hagamos un breve recorrido por estas edificaciones con tan grande interés artístico.
A ella llegan tres calles: la de Madrid, del cordón y del codo, y sirve de frontera con la plaza, la calle Mayor.
Esta Plaza era la antigua Plaza de San Salvador, por encontrarse delante de la iglesia del mismo nombre, en cuyo pórtico se hicieron las primeras sesiones de pleno del Ayuntamiento. En la parte derecha de la plaza, se encontraba la casa de Juan de Acuña, marqués del Valle, en la que habitaba el duque de Osuna, D. Pedro Girón. El mismo que fue hecho preso el jueves santo del 8 de abril de 1621, por orden del rey, antes de acabar su vida en las casas de Gil Imón de la Mota, hecho que contaremos en otro momento. En el solar de esta casa, se levantaría la Casa Consistorial, que más tarde pasó a llamarse Casa de la Villa y que albergó durante siglos el Ayuntamiento de Madrid.


Casa de la Villa

La Casa de la Villa, se construyó en un principio como Cárcel de la Villa, bajo un proyecto de Juan Gómez de Mora, al que le sucedió tras su muerte en 1648, José de Villareal, que siguió el proyecto original hasta que también por muerte de este, lo siguieron hasta 1696, Teodoro Ardemans y José del Olmo. Hay que decir que dos de los arquitectos aquí nombrados, José de Villareal y José del Olmo, también participaron en la construcción del Palacio de Santa Cruz, antigua cárcel de la Corte y desde luego viendo los dos edificios... es más que evidente. Aquí estuvieron la cárcel de la Villa y el Ayuntamiento, teniendo cada recinto, puertas diferentes y siendo gemelas desde la fachada.




En 1789, el arquitecto Juan de Villanueva hizo una importante reforma, en la que añadió la famosa galería de columnas en la balconada que da a la calle Mayor, para que los Reyes pudieran ver desde el balcón la procesión del Corpus. En 1966, en otra reforma, se cambian las tejas del tejado por pizarra y se sustituyen los revocos por el ladrillo visto original.


Vista de la Casa de la Villa desde la calle Mayor


Galería de Columnas, obra de Villanueva


En el siglo XX, Luis Bellido en otra reforma, añade un pasadizo elevado que salva la calle de Madrid, uniendo el edificio de la Casa de la Villa, con el de la Casa de Cisneros.
En la construcción de este edificio, se instaló en el chapitel de la torre que da a la Plaza con la calle Mayor, el reloj que se encontraba en la torre de la iglesia del Salvador.
En un próximo artículo sobre la Casa de la Villa, hablaremos largo y tendido sobre todos los datos referidos a este edificio y lo que alberga en su interior.

Pasadizo elevado construido en el siglo XX para unir la Casa de la Villa con la Casa de Cisneros

Casa de Cisneros

La Casa de Cisneros, fue mandada construir por el sobrino del Cardenal Cisneros, Benito Jiménez de Cisneros, de donde le viene el nombre, siendo un suntuoso palacio construido en 1537 que tenía la entrada principal en la calle del Sacramento, donde se encuentra un precioso balcón plateresco.

Balcón plateresco en la fachada de la calle Sacramento en la Casa de Cisneros


Vista de la fachada en la Plaza de la Villa


La fachada que daba a la Plaza de la Villa, eran las cuadras y corrales. La Casa fue construida en estilo plateresco y en él han vivido ilustres personajes. En esta casa estuvo preso el secretario de Felipe II, Antonio Pérez, nació el conde de Romanones y vivió Narvaéz. A primeros del siglo XX, el edificio tuvo una importante reforma por Luis Bellido, construyéndose la hermosa fachada que da a la plaza de la Villa siguiendo el estilo del edificio, consiguiendo una magnífica estampa visual muy acorde con la plaza. El resultado es un precioso edificio que se ha integrado perfectamente a la belleza de esta plaza.



Otra de las costrucciones que nos sorprende en la Plaza, es la Torre y las Casas de los Lujanes



Para referirse a la Torre y Casas de los Lujanes dirigirse a este enlace












La última casa que cierra la plaza, es un edificio de viviendas que era propiedad de los condes de Oñate y que nada tiene que ver con el resto de la Plaza, eso sí... forma parte visualmente del lado que sirve de frontera con la calle Mayor.
Pedro de Répide comentaba en su libro de las calles de Madrid, que esta vieja plaza "... resultaría digna de ser cerrada por gruesa y férrea cadena en la parte que limita con la calle Mayor.", y si no recuerdo mal, así es como se encuentra.




Monumento a Álvaro de Bazán

En el centro de la Plaza, se encontraba antiguamente una fuente llamada Fuente de la Villa, que desapareció para dar sitio a la estatua de Carlos V, realizada por León Leoni, pero finalmente fue la estatua de D. Álvaro de Bazán, el famoso almirante marino, la que ocupó el lugar. La estatua es de bronce y fue realizada por Mariano Benlliure. Actualmente no se encuentra en el centro y se ha ubicado en un ángulo más cerca de la Casa de Cisneros y del antiguo Ayuntamiento.


Estatua de Álvaro de Bazán realizada por Benlliure


El pedestal es obra del mismo autor y del arquitecto Miguel Aguado, en mármol gris. En uno de los lados la inscripción de "A D. Álvaro de Bazán", en el lado opuesto unas frases que Lope de Vega escribió al ilustre marino.

"El fiero turco en Lepanto,
en la Tercera, el francés
y en todo el mundo el inglés,
tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
dirán mejor quién he sido
por la cruz de mi apellido
y por la cruz de mi espada."