jueves, 28 de octubre de 2010

Oratorio del Santo Cristo del Olivar



El Oratorio del Santo Cristo del Olivar encierra dos verdaderas obras de arte que muchos madrileños desconocen. Se trata del Cristo del Olivar, obra de Manuel Pereira, y la Virgen del Rosario, obra de Luis Salvador Carmona.

El primitivo templo fue construido en 1647 por Don Manuel Aguiar, para que en él se estableciese y se creara la Real Congregación de los Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento, fundada en 1608 en el convento de Trinitarios Descalzos. A esta congregación pertenecieron personajes ilustres como Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca o Quevedo. Esta cofradía se creó por el hecho de que habiendo profanado unas Sagradas Formas unos herejes en un templo católico de Londres, se reunieron en Madrid en 1607 varias personas piadosas, con el propósito de formar una hermandad de desagravio, a la que el monarca Felipe III, puso bajo su protección y en la formación de la cual tuvo gran parte el Beato Simón de Rojas. En un principio se establecieron en la Trinidad Descalza, hasta que en 1615 pasaron al convento del Espíritu Santo y dos años después a la Magdalena, comprando más tarde el terreno que hoy ocupa en la calle de Cañizares.

La iglesia es de estilo barroco, realizada en la segunda mitad del siglo XVII, aunque se rehizo a principios del XX. La fachada es de piedra, ladrillo y revoco, en sus elementos decorativos, con enmarcamiento de vanos y líneas estructurales. De corte herreriano, imita la arquitectura religiosa madrileña del primer tercio del siglo XVII. Se estructura mediante un esbelto cuerpo central, entre dos más cortos laterales. El acceso se organiza a través de una gran portada compuesta de dos arcos superpuestos. El inferior, de ingreso, está culminado por un friso cuyas metopas se decoran con los símbolos de la esclavitud. Sobre éste luce una gran vidriera con el tema de Cristo Eucarístico, enmarcada por un gran arco con dos pilastras de orden compuesto a cada lado, rematadas en pináculos estilizados. Culmina este cuerpo por un frontón triangular, en cuyo vértice se erige una espadaña con un vano de inspiración clasicista, rematada por una cruz de forja. En los cuerpos laterales, se abren dos vanos que acceden al interior, en los que en su parte superior están dispuestos dos vanos de medio punto que alojan vidrieras sin representación figurativa. Estos cuerpos y las vertientes del frontón se culminan en pináculos de orden ecléctico.







Interior del templo









El interior del templo es de tres naves, separadas por pilares con capiteles de orden compuesto y que apean arcos de medio punto, crucero poco marcado y cúpula sobre pechinas que se ornan con cuatro escudos que aluden a la Real Congregación fundadora del Oratorio. En una pechina aparece una custodia, símbolo que conmemora la profanación sacrílega y que motivó la fundación de la Hermandad. La nave central se cubre con bóveda de cañón con lunetos y las laterales con bóvedas de arista. El testero es plano con dos capillas laterales a los lados y en el crucero se eleva una cúpula sobre pechinas. El coro se eleva a los pies y el templo se ilumina con ventanas con forma de vanos termales.

El templo se cubre con una bóveda de cañón con lunetos



Vista de la nave central, crucero y presbiterio









Todas las obras de escultura y retablos de la iglesia, excepto las dos comentadas, son contemporáneas, por haber sido destruidas íntegramente todas las anteriores en la Guerra Civil de 1936 (más de lo mismo).

En el presbiterio destaca el gran retablo mayor, de madera, que aunque se halla sin policromar, no por ello deja de producir un ambiente cálido en el sagrado recinto. El retablo consta de dos cuerpos y ático. El primero se orna con una serie de molduras doradas.






En el segundo pende el Cristo en la cruz, Titular del Oratorio, entre dos columnas corintias que lo enmarcan y a las que flanquean sendas cruces dominicas. Sin duda la pieza más importante del conjunto es esta admirable escultura del Crucificado, que da nombre al templo y que realizó Manuel Pereira en 1647.


Cristo del Olivar, obra de Manuel Pereira de 1647




El nombre del Olivar le viene a esta imagen, porque en la zona en la que se encontraba en el siglo XVI había un olivar,que separaba el barrio de San Sebastián de la Judería del Avapiés, situada junto a la iglesia de San Lorenzo. En el centro del olivar había una pequeña ermita dedicada a un Cristo crucificado, llamado de la Oliva y que tuvo amplio culto por parte de la vecindad de la zona.
Esta veneración no agradaba a los judíos, que según la leyenda incendiaron la ermita y profanaron la talla del Cristo. Ante este hecho sacrílego, el rey Felipe II, en cuyo reinado aconteció el suceso, ordenó reconstruir la ermita y restaurar la sagrada imagen, después de castigar a los culpables de la profanación. En el año 1607 esta imagen fue entregada a la Orden de Predicadores, que la veneraron en su iglesia, sustituyéndola más tarde por la talla actual, que realizó el escultor portugués y que es similar a la del Cristo de Lozoya de la Catedral de Segovia. Pereira también ejecutó una Virgen y un San Juan, que componían con el Cristo un hermoso Calvario, pero ambas fueron destruidas en la guerra del 36.

La talla del Cristo del Olivar es una bella escultura, con un modelado perfecto y un excelente cuidado en el tratamiento y descripción de su anatomía. Durante mucho tiempo estuvo en un altar lateral, pero ahora se encuentra en el presbiterio, situación que le corresponde, pero que dificulta mucho su apreciación artística.


Junto al presbiterio, en el lado de la epístola, se abre una pequeña capilla con un altar compuesto de columnas corintias que sustentan un frontón curvo partido y que alojan una suntuosa hornacina, que se orla con 15 medallones en bronce dorado, en los cuales figuran las representaciones en relieve de los 15 Misterios del Rosario. En medio de ellos sobresale por su espectacular y serena belleza la escultura de Nuestra Señora del Rosario que, con la del Cristo del altar mayor, constituyen las dos joyas artísticas de la iglesia.

La imagen de esta Virgen procede del convento de Santo Tomás, que estaba situado en la calle de Atocha, donde hoy se encuentra la iglesia de Santa Cruz. Cuando se derribó el convento en 1889, los religiosos se trasladaron al Oratorio del Santo Cristo del Olivar, que son los que lo administran hasta la fecha.





El autor de la escultura es Luis Salvador Carmona y la realizó hacia 1760. Es una talla de madera policromada. La peana está compuesta por ángeles, serafines y nubes, formando un sólido bloque escultórico sobre el que se eleva María, sedente, en un trono de brazos curvos y amplio respaldo, imitando un sillón nobiliario del siglo XVIII. La Virgen sostiene al Niño en brazos y ambos portan un rosario, al igual que dos ángeles de la peana. La Virgen viste túnica roja, ceñida por un cinturón dorado y se envuelve en un manto azul, sujetado en el pecho por un gran broche de oro. Tanto la Virgen como el Niño, están coronados por una gran corona.



Virgen del Rosario, obra de Luis Salvador Carmona

lunes, 25 de octubre de 2010

Ruinas de San Isidoro: Románico en Madrid



Las ruinas de la ermita de San Isidoro se encuentran en el parque del Retiro de Madrid, y digo bien de Madrid, para que nadie se quede con la boca abierta, al ver románico puro en nuestra ciudad, porque haberlo... haylo.
Realmente se trata de la iglesia de San Pelayo, que se situaba a extramuros de la ciudad de Ávila, junto al río Adaja, donde se dividía el barrio judío y el moro.
Se trata de una iglesia románica, con una única nave cubierta con armadura de madera y con un ábside semicircular realizado en el siglo XI, aunque no se ha podido precisar la fecha exacta de su construcción. La construcción es de mampostería ordinaria mixta de piedra arenisca roja de Ávila.





En el año 1062, San Pelayo de Ávila, pasó a llamarse también, de San Isidoro, debido a que el cuerpo de este santo, descansó en ella cuando era trasladado desde Sevilla a León. Tras la desamortización de Mendizabal y ya en estado ruinoso, fueron adquiridas por don Emilio Rotondo de Nicolau, que las vendió al Estado español en 1884 (por un módico precio de 18.000 pesetas), y las trasladó, además, por su cuenta a los jardines del actual Museo Arqueológico hasta que, el 20 de Enero de 1896, las ruinas fueron cedidas al Ayuntamiento de Madrid, y el 9 de marzo de este mismo año, se emplazan en los jardines del Buen Retiro, después de desestimarse la ubicación en la Ciudad Universitaria. En 1999 se procedió a la restauración y consolidación de las ruinas, que forman parte del Patrimonio Histórico Artístico de Madrid.










Se componen de un paredón recto de mampostería de ladrillo visto con un arco de medio punto y otro circular con dos capiteles tallados. Uno de los paredones, conserva la puerta de la ermita, con tres arquivoltas planas de medio punto sobre columnas y jambas, mientras que el ábside, conserva dos ventanales con un vano arquivoltado cada una, y dos columnas entre las dos ventanas con capiteles adornados con motivos escultóricos adosados en la parte trasera del muro absidal.














Curiosa vista que entre los muros románicos y cipreses, emerja la Torre de Valencia



Hemos de comentar que su ubicación no es correcta, ya que los templos románicos tienen la cabecera hacia el este, mientras que esta la tiene hacia el sur.


domingo, 24 de octubre de 2010

Iglesia de San Sebastián



La iglesia de San Sebastián es uno de los monumentos más importantes de la historia de Madrid y sin embargo, es uno de los que defrauda más al contemplarlo.

Fue fundada el 1 de mayo de 1541 por parte del cardenal Juan de Tavera, arzobispo de Toledo. En un principio estuvo situado en la ermita de su nombre, que se hallaba en la frecuentada salida del camino hacia Atocha. Hacia 1554 se inició la construcción del nuevo templo, siendo encomendadas las obras al maestro Antonio Sillero, que era alarife de la Villa de Madrid. Las obras, por escasez de medios económicos, debieron ir en un principio muy lentas. En 1576 parece que aún no se había cerrado la bóveda de la nave central. Las obras se concluirían hacia 1578, cuando ya estaba el templo en uso, quedando sólo después la labor decorativa. Posteriormente continuaron los trabajos con la edificación de la capilla mayor, sacristía, cementerio, etc. La torre se comenzó entre 1612 al 1613, siendo el maestro de obras, Lucas Hernández. Debió de ser sencilla, similar a la actual de San Ginés. Pronto se establecieron en el nuevo templo una serie de congregaciones y cofradías importantes. Como la de la Misericordia, una de las más antiguas de Madrid, la del Cristo de la Fe o los Alabarderos de Palacio, la de Nuestra Señora de la Novena de los Representantes españoles, la de Nuestra Señora de Belén de los Arquitectos, etc. A lo largo de los siglos este templo fue embelleciéndose y completándose con hermosas obras de arte, así como numerosos añadidos de capillas.

Pero todo ello desapareció cuando en 1936 la iglesia fue asaltada, quemándose completamente los altares y retablos. Se destruyó todo lo que en ella había, salvándose el magnífico archivo parroquial, donde encontramos una fuente inagotable de datos sobre el templo y personas que tuvieron con él relación. Por si fuera poco lo que aconteció en la guerra en esta iglesia, la noche del 19 al 20 de noviembre de ese mismo año, un avión de los ejércitos nacionales arrojó una bomba sobre el edificio, ya que se consideraba que el templo albergaba un polvorín-almacén de víveres de los ejércitos republicanos. Quedó solo en pie parte de la cabecera del templo, la capilla de los Arquitectos, la portada y la torre con las campanas. Aunque más tarde, dicha torre, por disposición del Ayuntamiento, que deseaba ensanchar la calle de San Sebastián, fue derribada con la intención de volver a reconstruirla, aunque remetida hacia adentro, pero nunca se llevó a cabo.


Foto de Urbanity (Juanjo)



En la actualidad nos encontramos con un nuevo templo, el cual es obra del arquitecto Francisco Iñiguez Almech, que inició las obras en 1943 y las concluyó en 1959. Diez años después el Gobierno declaró la iglesia de San Sebastián monumento Histórico-Artístico, en especial atención al rico archivo que cobija, porque lo que se dice el edificio... no merece tal condición.
En la reconstrucción se cambió la orientación del edificio y la antigua capilla mayor pasó a ser una lateral, ubicándose la nueva capilla principal junto al antiguo cementerio, solar que podemos delimitar perfectamente en la actualidad y en el que se enterró a Lope de Vega, que más tarde fue cambiado a una fosa común.




El nuevo templo es un edificio con dos partes claramente delimitadas. La zona antigua, que incluye las actuales capillas de Belén, Sagrado Corazón de Jesús y Virgen de la Misericordia. Junto a ellas se alza la parte moderna, constituida por un conjunto de planta ochavada, con cabecera y cubierta por medio de una gran cúpula central con linternas y el coro a los pies.




El templo no encierra en la actualidad los ricos tesoros artísticos que tuvo a lo largo del tiempo, pero guarda otros que bien merecen una visita a su recinto.
En el exterior hay que destacar que tiene dos portadas. La principal, que es la que da a la calle Atocha, de gran sencillez, puesto que es un arco de medio punto, que da paso al atrio, después de traspasar una reja moderna. Allí están las entradas a la capilla de Belén y del Cristo de la Fe. La otra portada es la correspondiente a la calle de San Sebastián, mucho más interesante que la precedente. La portada, realizada con gran parte de los restos de la antigua portada de la calle Atocha, obra de Pedro de Ribera, dato que no puedo confirmar. Era de estilo churrigueresco, pero fue picada y variada para adaptarla a los gustos de la época. Es de estilo neoclásico, y producto de lo rehecho con la antigua barroca, que tantos ataques recibió por parte de los tratadistas neoclásicos. En la actualidad está constituida por dos columnas jónicas que enmarcan la hornacina superior y sostienen el frontón. En su centro se cobija una escultura moderna de San Sebastián, obra de Antonio Martín Méndez, no es la primitiva de Luis Salvador Carmona, la cual se destruyó en la guerra, conservándose afortunadamente en casa de un feligrés la cabeza del santo.







Interior del templo







En el interior llama la atención la amplitud y la gran sencillez de la nave centralizada. La gran cúpula es la que ilumina el templo y se encuentra sustentada por pechinas, en donde se cobijan las esculturas de los Cuatro Evangelistas, obra de Antonio de la Cruz Collado, sobre las cuales se halla el emblema tetramórfico respectivo. La cúpula está formada por nervios que se entrecruzan, siguiendo modelos árabes, para dejar en el centro la linterna, que se asienta sobre lunetos.









El altar mayor es una obra contemporánea. Fue realizado por los Talleres Granda, los encargados de recomponer las maltrechas iglesias de Madrid de la posguerra. En el centro del conjunto hay una gran escultura de San Sebastián, imitación de la realizada por Alonso Berruguete, para el convento de San Benito de Valladolid, siendo obra de Antonio de la Cruz Collado. Se remata el conjunto por un Calvario, realizado por el escultor sevillano Luis Ortega Bru. El crucificado es similar al Cristo de la Salud y Caridad, que se halla en la Capilla de Montessión de Sevilla. Como detalle original, hay que señalar la posición sedente de la Virgen y San Juan. Al fondo hay una moderna vidriera con el Espíritu Santo dentro de un resplandor.











En la capilla mayor hay cuatro cuadros. El primero sobre la puerta de la sacristía, es una Inmaculada Concepción, del pintor madrileño del siglo XVII, Matías Ximeno. Un Martirio de San Sebastián, obra de Dionisio Mantuano, también del XVII, según un grabado que repite una composición de Hans Van Aachen, que se halla en la iglesia de San Martín de Munich. En el lado contrario un Santo Ángel de la Guarda, fechado en 1890, realizado por P. Francés. Junto a él la Preparación para el Martirio de San Sebastián, soberbio lienzo del XVII, obra del pintor napolitano Lucas Jordán.





Crucificado de escayola. Junto a él, cuadro del siglo XVII anónimo, con el Abrazo de San Francisco de Asís al Crucificado.




Cristo del Olvido, escultura moderna de madera y Nuestra Señora de los Dolores, talla de vestir del siglo XIX, titulares de una antigua cofradía, hoy extinguida.






Talla de San José, obra de José Luis Vicens, imitando el de Juan Adán de San Ginés.





Copia de la Inmaculada de Tiépolo, del Museo del Prado, realizado por María Fuencisla Llorente.




Enmarcando la antigua capilla mayor, hoy del Sagrado Corazón, hay sendas esculturas modernas de San Nicolás de Bari y de San Antonio de Padua. El titular de la capilla es una escultura de Víctor González Gil. Muy interesante es el sagrario, realizado siguiendo un boceto de Iñiguez Almech, por Pedro José Villalba, broncista. En este ámbito penden dos pinturas, una Inmaculada de Mateo Cerezo y un San Jerónimo penitente de Antonio de Pereda del siglo XVII.





Capilla de Nuestra Señora de la Misericordia, titular de una antiquísima cofradía, dedicada a actividades caritativas. La Virgen es una talla de vestir, obra del escultor Víctor González Gil, que repite modelo de la perdida en guerra. Se conservan las vestiduras antiguas.






A los lados dos lienzos de Lucas Jordán, La Presentación de Jesús en el Templo y la Circuncisión.








Hemos dejado en último lugar la Capilla de los Arquitectos de Nuestra Señora de Belén. Se empezó a realizar en el siglo XVII por el maestro de obras Francisco Moreno, pero fue reformada por Ventura Rodríguez, de quien es la fábrica actual. Su decoración en la cúpula a base de casetones y las pechinas ornamentadas con cabezas de ángeles son de gran belleza. En la cabecera hay un mural de José Vaquero que representa la Huida a Egipto, mientras a la derecha se establece un grupo con el mismo tema, obra de Antonio de la Cruz Collado, inspirado en el anterior perdido, de Luis Salvador Carmona.
En esta capilla se encuentran enterrados los arquitectos Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva.





Foto cedida por Juan Rohrbach






Decir que el magnífico archivo de esta iglesia por el cual fue declarada Monumentos Histórico-Artístico, contiene entre otros, datos biográficos de miles de personas célebres. Entre algunos nombres que figuran en bautizos, nacimientos, matrimonios y difuntos, podemos destacar varios: Ramón de la Cruz, Fernández Moratín, Luis Madrazo, Echegaray, Jacinto Benavente, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Ruíz de Alarcón, Antonio de Pereda, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva, José de Espronceda, Gustavo Adolfo Bécquer, Sagasta, Mariano José de Larra, etc.





sábado, 23 de octubre de 2010

Las tumbas perdidas de nuestros hombres ilustres



Donde fueron a parar los huesos de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y Calderón?
Parece mentira que cuatro de los más grandes escritores de la literatura española, estén en paradero desconocido. Será que a los madrileños se nos pierden muy fácilmente las cosas? o que no tenemos cuidado con algo tan importante como los restos de nuestros grandes?. De una manera o de otra, el caso es que de ninguno de ellos sabemos el destino final de sus huesos.
Ya pasó con Velázquez, enterrado en la cripta de la iglesia de San Juan Bautista, muy cercana al Palacio Real. En 1811 fue derribada por orden de José Bonaparte, alias "Pepe Plazuelas", en su afán de tirarlo todo para abrir plazas. Hace unos años y aprovechando las obras de un parking subterráneo, la Comunidad de Madrid, junto a arqueólogos e historiadores con Gustavo Villapalos al frente, buscaron los restos del pintor sevillano en la Plaza de Ramales, el mismo sitio donde se encontraba la iglesia de San Juan. Durante meses se estuvo hablando sobre el tema mientras que los días iban pasando y los restos no aparecían. Velázquez que estaba enterrado junto a su mujer Juana Pacheco en 1606, nunca apareció.

Pero qué pasó con nuestros cuatro literatos madrileños más ilustres?...

·Miguel de Cervantes murió en su casa de la calle del León el 23 de abril de 1616, siendo enterrado en el convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso en la calle Cantarranas (hoy en día calle de Lope de Vega), al cual le llevaron sus hermanos de religión vestido con un hábito de San Francisco y a cara descubierta. Su propia hija Isabel profesaba en dicho convento, al igual que Marcela, otra hija de Lope de Vega. Unos años más tarde, con la reforma del convento y la nueva construcción de la iglesia y el claustro, en el traslado de los huesos, se perdió para siempre la pista del sitio exacto de su enterramiento. El propio José Bonaparte, el que hizo que se perdieran los restos de Velázquez, intentó en vano encontrar los huesos de Cervantes, pero la búsqueda no obtuvo éxito. Otro intento fue después de la guerra civil en los años cuarenta, cuando el académico Joaquín de Entrambasaguas, volvió a intentar recuperar los restos, tampoco tuvo éxito. Mientras... Cervantes donde esté, podrá escribir eso de... "en un lugar del convento, de cuyo sitio no puedo acordarme..."




·Lope de Vega, vecino de Cervantes y rivales a muerte, también fue llevado el día de su muerte al convento de las Trinitarias, pero en este caso era solo de paso. El cortejo fúnebre desvió su itinerario para que su hija Marcela, desde las rejas de la entrada de la iglesia pudiera despedirse de su padre. De allí siguió el cortejo hasta la cercana iglesia de San Sebastián, en donde recibió cristiana sepultura el Fénix de los ingenios. Lope de Vega fue enterrado bajo la protección del conde de Sessa, que pagó 700 reales a cuenta para sufragar el funeral y el entierro en 1635.
Pero el pago debió de ser insuficiente y como nadie se hizo cargo de la deuda, los huesos del literato fueron echados a un osario común en la iglesia o en el cementerio adjunto que se encontraba en lo que hoy es la esquina de calle San Sebastián y calle Huertas.
El destino quiso que los dos rivales que tanto se odiaban, y que vivieron tan cerca en vida, tuvieran mucho más en común después de muertos. La calle donde vivió y murió Lope de Vega, hoy en día se llama "calle de Cervantes" y en la que vivió y murió Cervantes, se llama "calle de Lope de Vega"... y los dos tenían una hija en el momento de su muerte en el convento de las Trinitarias. Los dos tuvieron el funeral en la iglesia de San Sebastián, los dos fueron a parar a tumbas desaparecidas para siempre (ironías del destino) y los dos seguirán juntos, en el largo caminar de los tiempos, con el mismo destino (perdón por la redundancia). Justo en la pequeña y corta calle, que une la que fue de uno y la que fue de otro, vivió Quevedo, qué pequeño es el mundo. Pero siempre nos quedará preguntar... ¿Quién enterró al escritor?, o era ¿Quién mató al comendador?...






·Calderón de la Barca, fue más viajero después de muerto que los anteriores. Murió en 1681 en su casa de la calle Mayor y fue enterrado en la capilla de San José de la antigua parroquia del Salvador en la misma calle Mayor, frente a la plaza de la Villa. En 1842, tras derruirse el templo por su amenaza de ruina, fue llevado su cadáver a la iglesia de San Nicolás. En 1869, fue trasladado a lo que iba a ser el Panteón de Hombres Ilustres de la ciudad, el cual no prosperó. En 1874 se volvió a trasladar su cuerpo a la sacramental de San Nicolás, sobre la actual calle de Méndez Alvaro, entre la glorieta de Atocha y el paseo de Pedro Bosch, inaugurando su cortejo el nuevo viaducto sobre la calle Segovia. Más tarde su cuerpo volvió a viajar desde el cementerio de San Nicolás, hasta el hospital de la Congregación de San Pedro de los Naturales de la calle Torrecilla del Leal, y, finalmente, desde allí, en 1902, a la nueva iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, en la calle de San Bernardo, iglesia que pertenece a la misma congregación. En este templo y durante algún tiempo, descansaron los huesos del insigne escritor, en un mausoleo, que consistía en una pilastra de mármol sobre la que se alzaba una arqueta del mismo material. En la guerra civil la iglesia fue incendiada y el templo quedó casi derruido, destruyéndose el mausoleo por completo. Así que durante años se dieron por perdidos los restos definitivamente. Pero hace unos años que un antiguo congregante, que fue testigo del traslado de los restos del escritor, desveló que los restos nunca se guardaron en la arqueta del mausoleo, porque el párroco decía que más que un sepulcro, era un monumento simbólico, y entonces los restos se guardaron en un nicho que se hizo en la pared. Desde entonces, el patronato de la institución, dentro de sus modestos recursos, realiza de vez en cuando pruebas de sondeos y calas, ya que el anciano murió sin desvelar en qué pared estaba el nicho. Así que en la Congregación de San Pedro Apóstol, tendremos puestas las esperanzas de que algún día se encuentre el nicho del literato y que en esta iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, se pueda poner una lápida que rece "Aquí yace POR FIN, Calderón de la Barca", o quizás quede en un sueño, y ya se sabe que... los sueños, sueños son.





·Francisco de Quevedo, eterno rival de Góngora, murió en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) en 1645, con 64 años de edad. En su testamento, Quevedo dejó bien clarito que le enterraran en "depósito", es decir... provisionalmente, en la Capilla mayor de la iglesia del convento de Santo Domingo de esta villa (refiriéndose a Villanueva de los Infantes), incluso dice el sitio exacto de la capilla en que tienen que hacerlo, hasta que sea posible el traslado al convento de Santo Domingo el Real de Madrid, donde se encontraba la tumba de su hermana Margarita. Sin embargo los vivos no hicieron ni caso y fue enterrado en una capilla que pertenecía a la familia Bustos de la Parroquia de San Andrés en la misma Villa. Al poco tiempo su tumba fue profanada para quitarle unas espuelas doradas con las que había sido enterrado. De aquí sale una leyenda de que el profanador fue un rejoneador, y que murió por las astas de un toro mientras llevaba las espuelas puestas. Pasaba el tiempo y por más que insistieron los dominicos de Santo Domingo en Madrid, el párroco de San Andrés no quiso deshacerse de los huesos, hasta que en el siglo XIX una orden gubernamental obliga a que se trasladen los huesos al fracasado Panteón de Hombres Ilustres de San Francisco el Grande en Madrid. Pero los huesos que mandaron desde Villanueva de los Infantes no correspondían a Quevedo, entre otras cosas, porque la calavera pertenecía a una mujer joven y por si hubiera duda, dicha calavera conservaba enteras las piezas dentales, cuando Quevedo murió totalmente desdentado. Después de más de 200 años, la cripta donde fue enterrado Quevedo y que pertenecía a una noble familia, con el paso del tiempo pasó a propiedad de la iglesia, que a su vez, hacía otros enterramientos en la cripta, con lo cual, había tal follón de huesos, que dar con los de Quevedo, era como encontrar una aguja en un pajar. Tras el fracaso del Panteón de Hombres Ilustres que no llegó a prosperar, los restos volvieron a Villanueva donde fueron enterrados en la ermita del Cristo de Jamila, donde una lápida indica que es apócrifa, es decir, que no se sabe a ciencia cierta quién está enterrado, porque bien sabían allí que ese muerto no era el literato. En el año 2007, un equipo de once investigadores de la Escuela de Medicina Legal de la Universidad Complutense de Madrid, se traslada a Villanueva de los Infantes a petición del Ayuntamiento de dicha Villa, para proceder al reconocimiento de los huesos de Quevedo. Entre casi 200 cadáveres que permanecían en la cripta donde "supuestamente" se encontraba el escritor, tras un largo, minucioso y exhaustivo trabajo de investigación, se han recuperado al parecer, entre más de cuarenta mil huesos, que es la suma de multiplicar doscientas personas por 204 huesos cada uno..., 10 huesos que podrían pertenecer al insigne madrileño. Una clavícula, seis vértebras, un húmero y dos fémures, fueron lo que al parecer, podrían pertenecer a los restos buscados, El cráneo ha sido imposible encontrarlo. Sabiendo que Quevedo tenía casi 65 años en el momento de su muerte, fue cuestión de ir simplificando los huesos que pertenecían a mujeres, niños o ancianos y de los huesos que quedaron, que imagino que seguirían siendo miles... sabiendo que Quevedo era cojo, se buscó un fémur que tuviera una lesión. Una vez que se encontró un fémur derecho que tenía esa torsión, fue cuestión de buscar y encontrar la pareja de ese fémur y los huesos que pertenecieran a ellos. No se ha podido utilizar la prueba de ADN por no tener muestras de ningún antepasado, ya que la hermana que estaba enterrada en el convento de Santo Domingo el Real de Madrid, compartió el mismo destino que corrió el hermano, porque dicho convento también desapareció con la piqueta. En resumen... que la única prueba que se tuvo para identificar los restos de Quevedo, fue por un fémur que se sabe que perteneció a un cojo enterrado en dicha parroquia. Y digo yo... y si hubiera más cojos en Villanueva de los Infantes enterrados entre esos cientos de cadáveres en dicha cripta???. Es suficiente prueba encontrar un fémur de un cojo para asegurar que se ha encontrado a Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas??? En fin... cada uno que saque su propia conclusión.

El caso es que por una cosas u otras... nuestros más ilustres madrileños del siglo de oro español, siguen en sus tumbas perdidas, que como ya dijo Quevedo, "polvo serán, mas polvo enamorado", aunque no hay que preocuparse demasiado, ya que nuestra ciudad tiene comunicación directa con el más allá, y es que ya se sabe que "De Madrid ... al cielo".